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((**Es4.51**) deberes religiosos. Respondían a las razones de los católicos con alborotos, risas, murmullos de desaprobación y aplaudían los violentos discursos de Brofferio y compadraje. Y el nueve de marzo aprobaban el proyecto por ciento treinta votos contra veintiséis. Nada valieron las enérgicas reclamaciones del Cardenal Antonelli, del Nuncio y de los Obispos, y de los diarios católicos, para que no se perjudicasen los derechos públicos de la Iglesia y se respetara el primer artículo del Estatuto. El periódico Armonía fue secuestrado y condenado; los predicadores cuaresmales amenazados y molestados, y echado de Turín el de San Dámaso. Se prohibía al clero elevar instancias contra la abolición de este privilegio y se alentaban las de los seglares en favor de la ley. La Gaceta del Pueblo, dueña de la calle y consejera del Parlamento, juntamente con otros periódicos liberales, se burlaba rabiosamente de los senadores y diputados mantenedores de la justicia. En medio de esta difícil situación, el quince de marzo, volvía finalmente a Turín monseñor Fransoni, se establecía en el palacio arzobispal ((**It4.54**)) y se presentaba a saludar al Soberano en su palacio. Pero Víctor Manuel le recibió con frialdad y un tanto resentido. El veinticinco era jueves santo. Aquella mañana dijo don Bosco a don Juan Giacomelli: -Vamos a la catedral, a ver si hay novedades. Fueron y asistieron a la consagración de los santos óleos. En la plaza, cerca del coche de su Excelencia, estaba el gerente del diario católico La Campana, con algunos de los muchachos más robustos de Valdocco, dispuestos a cualquier contingencia si insultaban al Arzobispo. Con todo, le silbaron mientras volvía de la Catedral al palacio. El viernes santo recibió la misma ofensa por las calles. Fue respetado el sábado, al ir y volver de la Capilla Real, donde administró la comunión pascual al Rey y a su familia. Y, mientras en el centro de Turín había alborotos e insultaban a monseñor Fransoni, en la periferia de la ciudad, en los tres Oratorios de Puerta Nueva, Vanchiglia y Valdocco, casi dos mil muchachos del pueblo, bien instruidos en el catecismo y después de tres días de pláticas y una buena confesión, se acercaban a la mesa eucarística, para cumplir con Pascua. Muchos recibían la santa comunión por vez primera. Don Bosco había hecho imprimir al tipógrafo Paravía seis mil ejemplares para distribuir a sus queridos alumnos. En ellos se leía:(**Es4.51**))
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