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((**Es4.503**) muy grueso, para que los visitantes no adviertieran el inconveniente, pero, al poco tiempo, el papel quedó enmohecido y negro, y acabó por caerse a pedazos. Sin embargo no se podía hacer de otro modo. Dado que todos los muchachos no cabían en la casa Pinardi, había que colocar parte de ellos en el edificio nuevo. Para que éstos no se quejasen y estuvieran satisfechos del traslado, les entusiasmó exaltando la hermosura y las ventajas del nuevo edificio. Y como empezó él, antes que nadie, a aposentarse allí, todos los demás le siguieron alegremente. Si, por el contrario, hubiese continuado don Bosco ocupando la antigua habitación y no hubiese instalado en la casa nueva más que a los muchachos, ciertamente hubiese habido murmuraciones y descontentos. En realidad fue una determinación temeraria, vista de un modo humano, pues tantísima humedad pudo haber sido ocasión de serias enfermedades. Pero ni don Bosco, ni ningún otro sufrió el menor inconveniente, como ya él había anunciado públicamente. Don Bosco sabía que su promesa quedaría confirmada con los hechos. ((**It4.659**)) En cuanto estuvo alojada la comunidad, quiso realizar el plan que tenía trazado de abrir, aun a costa de cualquier sacrificio, talleres dentro del Oratorio. Aquel ir y venir cada día de sus muchachos a los talleres de la ciudad, por muy escogidos, vigilados y transformados que fueran, resultaba un peligro, cuando no un daño, para la disciplina y el aprovechamiento de los asilados. Las malas costumbres y la irreligiosidad iban creciendo entre los obreros, y don Bosco se daba cuenta de que las burlas, a que estaban sometidos sus alumnos, podían destruir en muchos de ellos el fruto de la educación moral y religiosa que procuraba impartirles. Las mismas calles que debían recorrer estaban repletas de vendedores de periódicos, pregoneros eternos y sistemáticos de una abusiva libertad e impiedad. Las vitrinas de las librerías y los tenderetes presentaban escandalosamente toda una sentina de grabados indecentes, obscenas estatuillas, noveluchas, otros productos asquerosos y hasta libros heréticos. Con todos estos incentivos corría grave riesgo su fe, a pesar de que don Bosco, además de sus normas y avisos, les dirigiese una platiquita cada noche, precisamente con la finalidad de exponerles y confirmarles alguna verdad que, por ventura, hubiese sido contradicha a lo largo de la jornada. Y no sólo en público, sino también privadamente, les hablaba sin cesar de los errores de los protestantes y de sus tristes consecuencias, exhortándoles a estar en guardia sobre ellos. (**Es4.503**))
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