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((**Es4.484**) Era todavía más exigente con los clérigos, a fin de que aprovechasen bien su tiempo. La víspera de San Juan tenían éstos sus exámenes finales. El día de la fiesta no les decía nada y les dejaba en libertad; pero, al día siguiente, empezaba a llamarles uno por uno: -Bueno, estamos en vacaciones. Harás un trabajo práctico leyendo a Rohrbacher, a Salzano y a Bercastel. Hay en ellos muchas cosas bonitas que aprender. Y así siguió haciendo, cuando los clérigos ya iban a la universidad, después de haber cursado el latín en el Oratorio, y estudiado teología, examinándose regularmente en el Seminario. No satisfecho todavía con esto, mostraba siempre vivo deseo de que estudiasen los clásicos latinos eclesiásticos. Desde 1851 y 1852 explicaba él mismo durante el tiempo de vacaciones, y muy bien, a Miguel Rúa y a otros alumnos suyos varios fragmentos de estos autores sagrados, especialmente las cartas de San Jerónimo, e insistía para que las tradujeran, aprendieran de memoria y comentaran. ((**It4.635**)) Buscaba tranmitir a los demás su propio entusiasmo, y experimentaba una gran pena al saber que algunos profesores distinguidos se reían del latín de la Iglesia y de los Padres, llamándolo, con desprecio, latín de sacristía. Decía que los que despreciaban la lengua de la Iglesia demostraban desconocer las obras de los Santos Padres, los cuales, en buena parte, forman por sí mismos la literatura latina de varios siglos, y una literatura espléndida que, en muchos aspectos, iguala a la edad clásica y la supera infinitamente por la imagnificencia de ideas, como el cielo a la tierra, la virtud al vicio y Dios al hombre. Más aún, añadía que por la elegancia de estilo, la gracia del lenguaje, la fuerza y sublimidad de conceptos, algunos de ellos aventajan a los mismos escritos del siglo de Augusto; y lo demostraba. Le tocó discutir sobre estos temas con personajes muy doctos en Letras, aunque siempre con prudencia y caridad. Eran tales sus razones que les convencía de su propia opinión. Con un razonamiento muy suyo, decía: -Es un crimen despreciar el latín de los Santos Padres. >>No formamos nosotros cristianos una verdadera sociedad, gloriosa, santa y digna? >>No son estos escritores eclesiásticos nuestros escritores y nuestra gloria? >>Por qué despreciar lo que nos pertenece y encontrar sólo la hermosura en nuestros enemigos, en el paganismo? >>Y esto se llama amor a la propia bandera, a la Iglesia, al Papa? Y no ahorró reproches al mismo Vallauri, que había publicado alguna crítica sobre el estilo y la lengua de los Santos Padres, demostrándole (**Es4.484**))
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