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((**Es4.437**) a sí, pero si no lograba, en su caritativo intento, ponerle en el buen camino, no tardaba en expulsarlo. -De un canasto lleno de fruta sana, decía, hay que quitar la fruta podrida, para evitar que toda se corrompa. Brillaba, sin embargo su prudencia en tan delicadas circunstancias. El teólogo Leonardo Murialdo le preguntó un día cómo hacía cuando había faltas contra las buenas costumbres en el Instituto. Don Bosco le respondió: -Cuando esto sucede llamo aparte a mi ((**It4.570**)) habitación al joven a quien se acusa, observándole que me obliga a hablar de un tema del que San Pablo no quiere se tenga conversación; después le hago notar la gravedad del mal cometido. Si así lo exige la caridad con los demás, a la chita callando, le envío a casa de sus padres. Pero no le doy ningún castigo, en evitación de mayores males, como serían las conversaciones que naturalmente harían sobre el particular los demás alumnos. Así, cuando le era posible, salvaba también el honor de los culpables. Se vio en ocasiones desaparecer de repente a algún alumno del Oratorio, y ninguno se preocupó de ello, ni siquiera los clérigos, porque permaneció oculto el verdadero motivo de su partida. A lo sumo se creyó que había sido voluntad de los padres, por asuntos de familia, o por enfermedad. Don Bosco, puesto en esta doble necesidad, a duras penas sostenía las lágrimas pensando en la mala suerte del culpable, y no le licenciaba sin darle un último recuerdo: <>. Terminemos con la palabras de monseñor Cagliero: <>. (**Es4.437**))
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