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((**Es4.419**) podían también marcharse a su arbitrio, sin que ninguna ley o autoridad se lo impidiese; y, además, habría confirmado entre ellos las habladurías que periodistas comprados, saltabancos e hipócritas, iban esparciendo a todo viento, de que los sacerdotes eran unos tiranos, enemigos de la libertad y del pueblo. Pero, con su sistema, don Bosco impidió que un mal tan grande se infiltrase entre sus jovencitos. Por esto, el Oratorio fue frecuentadísimo siempre, hasta hacer necesaria la apertura de otros nuevos en varias partes de la ciudad; y, por otro lado, si una lengua maldiciente se atrevía a difamar a los sacerdotes en presencia de los jóvenes, que a ellos asistían, les bastaba recordar los rasgos de la exquisita bondad, empleada por don Bosco, para dar a los maldicientes un solemne mentís. En efecto, sucedió algunas veces en los talleres, oponer este argumento a los que azuzaban los ánimos contra los sacerdotes, y algunos recuerdan que, entonces, no sabiendo qué responder, decían los murmuradores: -Si todos los curas fueran como vuestro don Bosco, tendríais razón; pero no es así. Mas ellos, que veían a los teólogos Borel, Chiaves, Carpano, Murialdo, Vola, Marengo y a muchísimos otros ejemplares sacerdotes, que formaban espléndida corona a don Bosco, y que se empeñaban en imitarlo en el bien querer y tratar a los jóvenes y hasta hacer de amigos y padres de los golfillos, persistían firmes en sus convicciones, y ((**It4.546**)) juzgaban las maledicencias como calumnias que eran, y seguían adelante. De este modo, juntamente con el amor y afición a la religión católica, crecía en ellos un gran aprecio y una profunda veneración por sus ministros; y no se puede titubear diciendo que éstos eran los frutos de la educación que don Bosco y sus pacientes colaboradores les impartían. Había experimentado don Bosco tan felices resultados con este sistema para el bienestar moral de los muchachos, que, después de haber acostumbrado a todos sus ayudantes a practicarlo, y después de sostener algunas conferencias con el teólogo Eugenio Galletti, canónigo del Corpus Christi, terminó por escribir un breve tratadito, demostrando en qué consisten los dos sistemas, preventivo y represivo, aduciendo las razones por las que debe preferirse el primero, enseñando su aplicación práctica y mostrando sus grandes ventajas. Este utilísimo escrito vio la luz más tarde en el Reglamento para las Casas Salesianas; y creemos satisfacer el interés de los lectores reproduciéndolo aquí para su norma y gobierno. <(**Es4.419**))
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