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((**Es4.389**) Al leer esta carta, se ve que don Bosco confiaba ciegamente en la firmeza de su fundación; pero no podía sospechar siquiera que, en aquellos días, se encontraba a punto de sufrir una prueba inesperada, muy dolorosa por cierto. El sábado día veinte de noviembre, en la esquina del brazo del edificio en construcción, hacia levante, se arruinaba un trozo de la tercera planta por rotura de un andamio. Tres obreros quedaron gravemente heridos, uno de ellos con pocas esperanzas de curación. Fue grande la pena y el susto ((**It4.507**)) de todos; pero don Bosco, en medio de la angustia del momento, alzó sus ojos al cielo y pronunció las palabras que siempre brotaban de sus labios: íHágase la voluntad de Dios! íSea todo como Dios quiere! Su dolor, sin embargo, era inmenso, ya que amaba mucho a sus obreros. Pero él, para quien todos los sacrificios eran pequeños, ante la esperanza de ver terminado aquel particularmente estimado edificio para las escuelas nocturnas de los artesanos, sin desalentarse por el grave daño sufrido, mandó que se levantase a toda prisa el trozo de pared caído. Sin embargo, otra pérdida mayor les esperaba a él y a las almas caritativas que, en nombre de Dios, le prestaban su apoyo. Estaba ya la obra a punto de techar. Las armaduras puestas, clavados los listones, amontonadas las tejas en la cumbre para ser colocadas, cuando un violento y prolongado aguacero hizo que se interrumpiesen los trabajos. Y no fue eso todo; siguió diluviando días y noches, y el agua, corriendo y colándose por entre vigas y listones, deshizo y arrastró el todavía fresco y quizá mal mortero, dejando los muros convertidos en un montón de ladrillos y piedra, sin argamasa y unión. Ya avanzada la noche del primero de diciembre, varios centenares de muchachos de la ciudad estaban todavía en el Oratorio en las escuelas nocturnas. Al salir de sus respectivas clases, hacia las nueve, antes de irse a sus casas, se entretuvieron un poco, según costumbre, con los internos, danzando y correteando por los huecos del nuevo edificio. Es verdad que don Bosco, como estaba todo mojado, les había prohibido andar por allí, por miedo a que resbalaran y se hicieran daño; pero aquella noche los irreflexivos muchachos no se acordaron; subieron por las escaleras de los albañiles, corrieron de un lado para otro, de una ((**It4.508**)) a otra parte de los andamios, mientras muchos jugaban en tierra, entre tablones y vigas muy mojadas. Por fin, los alumnos externos se fueron a la ciudad. Don Bosco y sus jóvenes dormían profundamente el primer sueño, cuando, un (**Es4.389**))
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