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((**Es4.341**) la primera misa y dirigió un docto discurso a la multitud de muchachos y señores asistentes de la ciudad. Pero lo más hermoso de la fiesta tuvo lugar por la tarde. A pesar de su capacidad, la nueva iglesia se llenó a rebosar. Predicó don Bosco y, entre otras cosas, puso de relieve el admirable cambio que había sufrido aquel sitio: de lugar de recreo, convertido en lugar de oración; de lugar de alboroto, en lugar de plegarias y agradecimiento al Señor; de lugar de jarana y hasta de pecado, en lugar de amor a Dios y de santa alegría. Exhortó después a los muchachos, a que honrasen a partir de aquel día, tan bendito lugar con su devoto comportamiento, con la asistencia a las funciones religiosas y la recepción de los santos sacramentos. Finalmente, después de hacer reflexionar que las iglesias materiales son una representación de las almas, llamadas templos del Espíritu Santo, invitó a todos a conservarlas siempre limpias, esto es, sin pecado, para que el Señor se complaciese en poner en ellas su agradable morada durante la vida y las hiciese dignas de entrar después de la muerte en el grandioso templo de su bienaventurada eternidad. Asistió también una escuadra de la Guardia Nacional, para mantener el orden, que con dificultad pudo lograr, dado el inmenso gentío, para honrar la fiesta y hacer las salvas con la descarga de fusilería, en el momento de la bendición con el Santísimo Sacramento, que resultó de un efecto admirable. Con ella intentaba competir la Guardia del Oratorio y sus fusiles ((**It4.442**)) de madera. Estos y otros pequeños detalles dieron a la fiesta un colorido característico, que dejó satisfechas a las almas sencillas y llenos de admiración a los hombres del mundo. Aquella misma tarde asistieron al Oratorio los promotores y promotoras de la Tómbola, distinguidos miembros del Clero y de la nobleza turinesa y muchas otras personas que habían participado en la construcción de la iglesia. Después de las funciones religiosas don Bosco reunió a todos en un lugar preparado para el caso: era la antigua capilla, donde ilustres bienhechores habían preparado lo necesario para el servicio de café y refrescos. Dirigióles unas palabras de agradecimiento; hizo un resumen de cuanto se había realizado; señaló la solicitud de unos y la caridad de otros, para el éxito de la piadosa empresa; y se complació en mostrar cómo los esfuerzos de todos se habían visto coronados aquella mañana con la bendición del sagrado edificio. Dijo que le habría gustado poder recompensar los sacrificios realizados y las penas sufridas; pero que, ya que él no podía hacerlo, rogaría y haría rogar a los muchachos del Oratorio (**Es4.341**))
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