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((**Es4.307**) de escayola, coronada con un aro de doce estrellas. Habríase dicho que estaba allí como centinela y escudo de la Pequeña Casa, casi como para imponer la ley a la naturaleza, al desastre, y marcarles los caminos y sus límites. En efecto, explotaron los dos almacenes de pólvora a aquella tan breve distancia y con la larga y dolorosa serie de consecuencias más arriba señaladas; una continua tempestad de proyectiles de todo género y peso cayó por todas partes contra la casuca de Nazaret. La columna guarda todavía las huellas de los proyectiles que la golpearon, pero la estatua de la Virgen apenas si se movió una pulgada de su base. Allí está intacta e ilesa con su cabeza coronada pero, así como antes miraba hacia el atrio de la casa, ahora mira hacia el polvorín. >>Cómo no reconocer, saludar y agradecer su fiel custodia y amorosa defensa? Porque, en efecto, el tejado quedó totalmente desvencijado y cayó sobre el cielo raso, y éste, rotas las vigas, se desplomó juntamente con las tejas en la habitación donde estaban recogidos todos los bebés, unos en sus camitas o sus cunas, otros de pie o sentados en sus silletas. Era para pensar que ninguno o muy pocos habrían podido escapar a tanta ruina. Así lo creían y temían todos los que habían visto y presenciado el suceso. Corrieron, pues, al lugar para prestar socorro a las inocentes criaturas y ayudar a las monjas enfermeras; pero, gracias a la Madre vigilante, que desde lo alto los contemplaba, ni siquiera uno escapó a sus amorosos cuidados. ((**It4.398**)) Los chiquitos más ágiles corrieron fuera de la puerta, al primer estallido, los otros, con dificultad para huir o que de un modo u otro yacían en sus camitas, no se sabe cómo, fueron protegidos y se encontraron ilesos e incólumes. Uno de ellos rodó por tierra juntamente con la cuna, pero ésta dio una vuelta de campana y quedó cubriendo al niño, defendiéndole de las tejas y de las escombros que le hubieran aplastado. Era una escena conmovedora oír en medio de los gritos y gemidos a aquellos chiquillos que repetían: Perdón, Virgen Santísima perdón, seremos buenos, seremos buenos>>. Hasta aquí la pluma de monseñor Anglesio 1. Las maravillas narradas, y sobre todo la de la débil columna pareció un hecho tan sigular y tan fuera de lo normal, que hasta unos judíos que, atraídos por la curiosidad la vieron, dijeron se trataba de un verdadero milagro. Al día siguiente, giraba por aquellos contornos, lanzando blasfemias contra Dios por culpa de aquel desastre, 1 Maravillas de la Divina Providencia en su Pequeña Casa, etc., por intercesión de la Santísima Virgen. Turín, Pedro Marietti, 1877. (**Es4.307**))
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