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((**Es4.305**) más de tres metros, una estatua de madera de la augusta Reina de los Cielos colocada en un nicho. A la explosión, la pared vino a tierra y la estatua, como si hubiera descendido lentamente de su nicho, apareció derecha sobre su base y rodeaba de escombros. Daba la impresión de que estaba viva y de que había bajado a consolar desde más cerca a los que buscando salida y refugio, transitaban por aquel corredor. En el Oratorio privado, llamado el Santuario, muy querido de siempre por el venerable Cottolengo, había colgados de la pared cerca de trescientos cuadros de varias dimensiones, con su correspondiente vidrio o cristal, con fotografias de los santuarios más célebres y milagrosos, levantados por el mundo en honor de la madre de Jesús. Estaba situado enfrente del polvorín, expuesto por consiguiente al primer ímpetu de la violenta explosión y sin defensa. Pues bien: estalló cerca el tremendo volcán; en la habitación contigua al Santuario, protegido por el muro, cayeron por tierra grandes y pesados armarios, se arruinó una parte del techo, se destrozó la puerta, y la tranca de hierro que la cerraba se retorció como una cuerda o blanda cera. >>Y los cuadros? Los cuadros del Santuario permanecieron en su puesto con sus correspondientes cristales intactos. En la iglesia de la comunidad y en la capilla del Santo Rosario había también una estatua de María, encerrada en un nicho. A la distancia de seis metros se abrió el gran arco que sostenía la cúpula de la iglesia; el órgano, colocado en lo alto de una tribuna, cayó por tierra a la distancia de unos pasos; quedó abierto de par en par ((**It4.395**)) el marco con grandes cristales que cerraba el nicho; pero la estatua de María, como Señora y Reina, permaneció inmóvil con su corona en la cabeza y apenas si permitió que le cayera de la oreja uno de sus pendientes. Pero, con lenguaje todavía más elocuente, demostró la poderosísima Virgen su visible protección aquel día. He aquí dos hechos. En el atrio de entrada al pío Instituto del Cottolengo, junto a las dos puertas que dan a la vía pública, había, y hay hoy todavía, colgado de la pared, un cuadro de un metro de altura con la imagen de nuestra Señora de la Consolación pintada por mano maestra. El cuadro estaba, como hoy lo está, defendido por un cristal cercado de flores, de corazones de plata y otros lindos adornos. Los que entran y salen suelen recitar una avemaría ante la venerada imagen. El atrio se encontraba, por la parte interior que da al patio, frente al polvorín y sin ninguna protección de por medio. Así que, al estallar los dos almacenes se produjo tal sacudida, que se abrieron violentamente hasta las puertas cerradas del Instituto: más de diez mil cristales (**Es4.305**))
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