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((**Es4.229**) a los que nos entretenía con amenas descripciones y agradables donaires o mientras jugaba con nosotros al calientamanos 1, o bien ganaba en agilidad dando palmadas con sus manos y después con las del compañero (la izquierda contra la derecha, la derecha contra la izquierda). >>Lo que más le importaba era que los jóvenes salvaran su alma. Si veía que uno era menos bueno, él se las apañaba para acercárselo, decirle una buena palabra al oído y después le hacía vigilar para conducirle al buen camino y fortalecerle en la piedad. Tenía plena confianza de que Dios le ayudaría en la educación e instrucción cristiana de muchos jovencitos. >>Recuerdo que, siendo aún pequeño en el Oratorio, le oí contar con santa sencillez y repetidas veces, que había pedido al Señor un lugar en el paraíso para diez mil de sus muchachos. Y añadía que lo había conseguido, con una condición: que no ofendiésemos al Señor: -íAh!, hijitos míos, decía: saltad, corred, jugad, alborotad, pero no hagáis pecados, y tenéis un puesto seguro en el paraíso. >>Al ver más tarde que los muchachos crecían en número, le preguntábamos si serían bastante los diez mil puestos del cielo para nosotros. Entonces añadió que había pedido un lugar más amplio para muchos otros jóvenes, que vendrían y obtendrían su eterna salvación con la ayuda de Dios y la protección de María Santísima. >>Sus palabras causaban tanto mayor efecto cuanto que su espíritu profético era manifiesto de mil modos y en mil circunstancias y ocasiones, y era persuasión común en el Oratorio que don Bosco sabía las cosas ocultas>>. Y hasta aquí el mismo monseñor Cagliero. ((**It4.294**)) Así pues, tras la conmemoración de los fieles difuntos, Cagliero comenzó el curso clásico de latinidad en la escuela del profesor Bonzanino, juntamente con Turchi, Angel Savio y otros. Al mismo tiempo era admitido Miguel Rúa en la escuela privada de don Mateo Picco, profesor de humanidades y retórica, que daba clases en un apartamento de una casa junto a la parroquia de San Agustín. Este eximio profesor, a ruegos del mismo don Bosco, se encargó, de buena gana de atenderlo en la clase de humanidades. El éxito de Rúa que vivía en casa de sus padres fue extraordinario. Don Bosco seguía siempre ayudando a sus alumnos de los estudios clásicos. 1 Ese juego simple y universal, de uno que pone las manos encima de las de otro en sentido inverso, para ver si es capaz de golpear el de abajo al de arriba, o bien se golpea la propia, al retirar el otro la suya. (N. del T.). (**Es4.229**))
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