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((**Es4.176**) y calumniosa Historia de los Papas y de otras obras infames. Añadíase que los protestantes estaban preparados para esta propaganda y los católicos no lo estaban para oponer un dique, impedirla o al menos menguar las desastrosas consecuencias. Fiándose de las leyes civiles, que hasta entonces habían protegido a la religión católica contra los asaltos de la herejía; fiándose sobre todo del primer artículo del Estatuto que dice: La religión católica, apostólica, romana es la única religión del Estado, los católicos se encontraron como soldados sacudidos de repente por el sonido del clarín de guerra y llamados al campo de batalla, sin armas a propósito para combatir a los enemigos bien armados. En efecto, los católicos necesitaban periodiquitos de buena ley para ser difundidos profusamente, pero eran muy pocos los que los poseían; se necesitaban, sobre todo, libritos sencillos y de poco coste, y en cambio, no se tenían más que obras voluminosas de gran erudición. Estaban en peligro de perder la fe no solamente los jovencitos, sino todo el pueblo bajo, al que intentaban seducir los enemigos de la Iglesia. ((**It4.222**)) Ante aquel cuadro, el corazón de don Bosco se encendió en caridad y celo y, con el fin de preservar a sus queridos muchachos de los errores que circulaban, preparó un medio saludable para millares y hasta millones de personas. Compuso y publicó unas tablas sinópticas de la Iglesia Católica, hojas sueltas, llenas de recuerdos y máximas morales y religiosas adaptadas a los tiempos y las repartió gratuitamente entre jóvenes y adultos, por millares de ejemplares, especialmente con ocasión de ejercicios espirituales, misiones, novenas, triduos y fiestas. Pero la industriosa caridad de nuestro buen padre no se limitó a las simples hojas; en 1851 imprimió la segunda edición de El Joven Cristiano, con la imagen de San Luis en la portada y estas palabras: Venid, jóvenes, ofreced al Divino Corazón el virginal candor, que yo os protegeré. Y añadió al final seis capítulos, en forma de diálogo, con este título: Fundamentos de la religión católica. Estos demostraban que no había más que una verdadera religión: que las sectas valdenses y protestantes no tenían los caracteres de la Divinidad, y por tanto no se encontraba en ellas la verdadera Iglesia de Jesucristo; que los protestantes estaban separados de la fuente de la vida verdadera, que es el Divino Salvador, y convenían ellos mismos que los católicos se pueden salvar y que se encuentran en la Iglesia verdadera. No olvidaba un aviso sobre lo que deben hacer los hebreos, los mahometanos y los protestantes para salvar su alma. En las siguientes ediciones de El Joven Cristiano amplió don (**Es4.176**))
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