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((**Es4.13**) Pero vae qui condunt leges iniquas (íay, los que decretan leyes inicuasí), amenazaba Isaías 2. La política de todo orden, dice Bonald, se fortalece con cuanto concede a la religión y se empobrece con cuanto le niega. Allí donde venga a menos el respeto hacia el Papa, allí desaparece el respeto hacia el Soberano. El célebre Colbert decía así en su testamento a Luis XIV, incitado por sus pérfidos consejeros contra la Iglesia: <>. Y por desgracia los gobernantes de los pueblos despreciaron a la Iglesia y fueron arrastrados por la revolución, que quiere la soberanía del pueblo para hacer del monarca un esclavo del parlamento, y al parlamento un esclavo de las masas. Su última palabra será: Basta de dioses, basta de reyes, basta de patronos. íAbajo la propiedad! íSocialismo y comunismo! Pero la voz y la plegaria de la santa madre Iglesia y el omnipotente brazo del Señor frustrarán el insensato proyecto, mas no sin que antes las naciones apóstatas paguen el castigo de su rebelión. ((**It4.3**)) Sin embargo, como sal de la tierra y luz del mundo, no había nación, no había ciudad ni pueblo alguno, donde no florecieran santas personas de toda suerte, especialmente obispos, sacerdotes y religiosos, los cuales, a la par que invocaban la divina misericordia sobre los hombres, aliviaban a los desgraciados con obras heroicas de caridad, prestaban a Dios y a la Iglesia el tributo de obediencia, que le negaban los insensatos. Uno de éstos era don Bosco. El se había propuesto como código de sus obras el decálogo, los mandamientos de la Iglesia, las obligaciones del propio estado, y ponía todo su empeño en observarlas con fidelidad. Estaba tan compenetrado con el espíritu de fidelidad, que durante todo el tiempo de su vida dio la impresión de que no podía obrar de otro modo. No se descubrió en él en todo su proceder, defecto o descuido en el cumplimiento de sus deberes de cristiano, de sacerdote, de cabeza de Comunidad, de Superior de una Congregación: era observantísimo de las reglas que él mismo había dado a ésta. Experimentaba, al mismo tiempo, gran pena al ver cómo muchos conculcaban la ley divina, al oír blasfemar del santo nombre de Dios, de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen; se sentía profundamente amargado al descubrir cómo la inmoralidad acechaba 2 Isaías, X, 1.(**Es4.13**))
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