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((**Es4.129**) mundo. Y, en efecto, sucedió en alguna ocasión que fue acometido por un fortísimo dolor de muelas, que no le dejó descansar de día ni de noche, durante toda una semana. Habiéndole preguntado don Miguel Rúa, qué le pasaba, manifestóle confidencialmente que, para consolar a un pobre moribundo, le había prometido cargarse él mismo con las penas que el otro debería haber sufrido en el purgatorio. Por esta su bondad y pericia para cumplir el sagrado ministerio, sucedía que muy a menudo era llamado por parientes o amigos de enfermos que rechazaban obstinadamente o diferían el reconciliarse con Dios. Era preferido entre los sacerdotes, por el convencimiento que había de que él llegaba a persuadir con sus buenos consejos y a ayudar a bien morir. Poseía en grado eminente lo que san Pablo llama Gratias curationum. Cierto abogado, feligrés de la parroquia de San Agustín, cayó enfermo, y llegó a tal punto la enfermedad que se perdió toda esperanza de curación por su avanzada edad. La vida de este abogado no había sido la de un modelo cristiano, sino más bien la de un ateo, puesto que aborrecía ((**It4.157**)) las cuestiones religiosas. Apenas supo el párroco su situación, corrió a visitarle e hizo todo lo que la caridad y la prudencia le sugirieron para renovar en él los sentimientos cristianos y poderle confesar; pero todo resultó inútil, y el párroco fue rechazado groseramente. Acudieron otros celosos sacerdotes, hicieron cuanto pudieron y supieron: todo en vano; algunos que quisieron insistir fueron rechazados de mala manera. El enfermo repetía que no quería saber nada de curas ni de confesión. Terminó por intimar a sus familiares, que por ningún motivo, permitieran se le acercase un sacerdote. Parecía totalmente desesperada su conversión. Pero la caridad sacerdotal supo encontrar nuevos medios. El teólogo Roberto Murialdo, uno de los pocos que le habían visitado, fue una mañana al Oratorio a comunicar el caso a don Bosco, para que fuese él a intentar la salvación de aquella alma que amenazaba perderse. Dijo don Bosco que haría con mucho gusto todos los posibles. Pensó el modo y manera para visitar al enfermo, pero no encontraba razón o pretexto para entrar en aquella casa. Sin embargo, salió del Oratorio, se puso en camino, y al pasar junto al Santuario de la Consolación, entró en él y estuvo rezando a María Santísima por el enfermo un momento. Después, se dirigió a casa del abogado. Entró, subio las escaleras. Estaba ya en el rellano, junto a la puerta, y aún no hallaba la razón para entrar, calculando la acogida que iba a tener, cuando, de repente, salió por un corredor un (**Es4.129**))
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