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((**Es4.124**) su caridad; pero, >>cómo? Manifestaba con palabras todo su corazón, lamentándose de la imposibilidad en que se encontraba para cumplir este deber, y buscaba con sus simpáticas maneras hacer de modo que todo fuera de su agrado. Cuando le parecía que, por el frío o por el calor, sus visitantes necesitaban un alivio, inmediatamente proponía: ->>Les apetecería una taza de café? Aquellos señores se lo agradecían, diciendo que no lo necesitaban o que ya lo habían tomado. Pero ella insistía tan cordialmente, con un que sí, que sí, tan suplicante y premuroso, que ellos aceptaban, y ella, la mar de satisfecha, corría a prepararlo. Si llegaba algún párroco hacia el mediodía, no encontraba cortesía más agradable que la de invitarle a comer. E iba repitiendo amablemente: -Si me hubieran avisado de su llegada, si yo lo hubiera sabido antes, habría preparado algo mejor; pero, quédese: será un placer para mi hijo. Aquellos buenos sacerdotes, solamente por darle gusto y por entretenerse a sus anchas con don Bosco, aceptaban la invitación. Pero, los que eran de la ciudad volvían luego a comer a su casa y los que eran forasteros buscaban, luego, una fonda donde refocilarse. En aquellos tiempos no se servía en el Oratorio más que lo justo para un ermitaño. Sin embargo, Margarita sabía espabilarse para presentar alguna sorpresa agradable a los que ella consideraba, y lo eran, ((**It4.151**)) los ángeles de la Providencia. Cuando le llevaban del pueblo fruta temprana o poco corriente, o cuando José le traía una liebre o una ave de valor, estaba satisfecha y enviaba inmediatamente su regalo a aquellas familias, a las que profesaba tanto afecto. Pero mantenía sobre todo la promesa que frecuentemente hacía a los bienhechores: -Rogaré por ustedes al Señor: que El se lo pague y les conceda toda suerte de prosperidades, como ustedes se merecen. Estas delicadas atenciones no cambiaron en nada sus ideas y sus costumbres. Inspirada en el amor a la vida de privaciones, soportada por Nuestro Señor Jesucristo, repetía a menudo: Pobre nací, pobre quiero vivir y morir. De vez en cuando, solía devolver las visitas e ir a las casas de los bienhechores, donde era recibida con gran alegría. A pesar de ello nunca quiso cambiar su indumentaria campesina, ni permitió que se empleasen en ella tejidos o lienzos de algún valor. -Saben muy bien esos señores que yo soy pobre, exclamaba, y, por consiguiente, perdonarán la ordinariez de mis vestidos. (**Es4.124**))
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