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((**Es4.108**) detuvo allí solamente cinco o seis días y sostuvo largas conversaciones con el Abate. Hablaron también de los bienes eclesiásticos, insidiosamente codiciados. Era cosa clara que las antiguas formas de las órdenes religiosas no podían subsistir frente a las usurpaciones con que los Gobiernos amenazaban sus propiedades comunitarias. Había, pues, que buscar un modo para asegurar la existencia de una sociedad, de forma que un Gobierno se encontrara frente al derecho común de todo ciudadano y, al mismo tiempo, continuara el sagrado vínculo de los votos. Don Bosco había resuelto el problema en su mente, pero el abate Rosmini había sido uno de los primeros en conciliar las reglas de su Instituto el voto de pobreza y la propiedad personal. Presentó a don Bosco las Constituciones de los Sacerdotes de la Caridad, y le relató su historia, sus motivos y la aprobación obtenida de Roma. Había establecido que todo miembro conservase el dominio de sus bienes ante la autoridad civil, pero que no podía enajenarlos ni disponer de ellos sin el permiso del superior; y así, al paso que el voto de pobreza quedaba esencialmente a salvo, se evitaban los peligros de la propiedad colectiva. Al principio, la cosa pareció tan nueva que la Congregación romana, a la que se encomendó el examen de las constituciones, puso graves dificultades. Pero, habiendo observado que la esencia de la virtud reside en el alma y no en las cosas exteriores y que la pobreza religiosa ((**It4.130**)) consiste en el desapego de todo afecto a las riquezas y en la pronta disposición de privarse de ellas y profesar la pobreza efectiva, aquéllas fueron aprobadas. Y terminaba diciendo: -Nuestra Congregación no será nunca suprimida, porque no ganarían nada con ello. Sucedió en Stresa un hecho digno de mención. Una rica y culta señora, Ana María Bolongaro, había regalado al abate Rosmini una quinta, de las mejor situadas, a orillas del Lago Mayor, con un jardín y un bosquecillo anejos. Como quiera que eran muchos los eruditos que iban a visitarlo para conocerle personalmente, hablar con él y oír sus enseñanzas, él, para no ocasionar molestias en la casa del noviciado, había pasado aquel año su residencia al palacete. Allí se reunía con sus huéspedes para tratar de cuestiones científicas, y se albergaban con mayor comodidad. Como don Bosco moraba en el convento, Rosmini le convidó un día a comer en la casa de la señora Bolongaro. Aceptó y se encontró allí con una reunión de doctos y filósofos de aquel tiempo, algunos de los alrededores, otros llegados de lejos. Eran unos treinta comensales. Estaban entre ellos Nicolás Tommaseo, el poeta y novelista Grossi, el napolitano Rogelio Bonghi, (**Es4.108**))
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