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((**Es4.101**) que se llama apetito, que en su caso podía llamarse hambre. Por eso, al hacer la visita de un lugar a otro, no podían menos de dirigir de vez en cuando una mirada furtiva al refectorio, y les tardaba mil años en llegar la hora de la comida. Por fin llegó, y comieron todos con buen apetito. Como no tenían con qué corresponder a sus caritativos anfitriones, quisieron complacerles con cantos y músicas. De modo que, si los hijos de don Bosco gozaron aquel día, también mostraron su satisfacción los buenos padres, que se unieron a ellos y los llevaron a visitar los alrededores y otras curiosidades dignas de especial atención. Después de algunas horas de diversión, se reunieron todos al pie del altar, cantaron las letanías y recibieron la bendición con el Santísimo. Después de implorar la bendición del Cielo, se tocó un poco de música, se hizo una cordial despedida a los diligentes guardianes del renombrado santuario y, hacia las cinco de la tarde, aquellos buenos Padres les repartían pan y excelente fruta. Los jóvenes agradecidos se despidieron de ellos y emprendieron la bajada. Llegados a San Ambrosio, donde el camino se bifurca, se hizo una breve parada. Los músicos tocaron una larga sinfonía; al terminar gritaron los de Turín íVivan los de Giaveno! y éstos respondieron íVivan los de Turín! y, con muestras de la más afectuosa amistad, se separaron: los unos, hacia Giaveno y los otros, hacia Turín, por Rívoli. Caminaron ((**It4.121**)) al son de alegres cantos, devotas plegarias y escuchando los amenos episodios que contaban don Bosco y el teólogo Murialdo. Este volvió a hablarles de los santos Ejercicios, dejándoles por recuerdo, que todos los días de su vida rezaran una Avemaría, para obtener la gracia de que ninguno de los que lo habían hecho, pudiera llegar a condenarse eternamente. -íQué delicia, les decía el buen sacerdote, qué alegría experimentaremos cuando, todos juntos, podamos dar nuestros hermosos paseos por los eternos y amenísimos collados del Paraíso! Llegaron a Rívoli algo avanzada la noche, cansados a más no poder en su mayoría. Y quedaban todavía doce kilómetros. Don Bosco se resistía a proseguir el camino hasta Turín en aquel estado, así que los llevó a una fonda y alquiló todos los coches y ómnibus que pudo encontrar para transportarlos. Pero no se hallaron suficientes vehículos y unos veinte jóvenes tuvieron que resignarse a seguir el viaje a pie. Para éstos tuvo don Bosco una idea: animóles con buenas palabras, llamó a Brosio el bersagliere, le entregó dinero para que les diera una buena cena, y así se hizo. Toca de nuevo recordar al buen (**Es4.101**))
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