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((**Es3.77**) cuando las familias, en general, daban a sus hijos la primera educación cristiana, vigilaban para que no sufriera menoscabo su inocencia y los acompañaban a la iglesia y a los sacramentos. Entonces era fácil la misión del Director de un Oratorio. Bastaba reunir a los muchachos a ciertas horas de los días festivos, entretenerlos con honestas diversiones, catequizarlos, darles en particular consejos o reprensiones para enderezar las tendencias aviesas y hacer crecer la buena semilla que ya había sido depositada en sus corazones. Pero, al presente, no se trataba sólo de cultivar, porque muchos jóvenes de ciertas clases sociales ya no recíbian instrucción religiosa en su casa y vivían alejados de la Iglesia; se precisaba, por tanto, y ante todo, recobrar su corazón, extirpar las malas raíces que el mal ejemplo y la corrupción precoz habían hecho germinar en él y, después, sembrar gérmenes de virtud. Más aún, había que añadir que, para que muchos de ellos perseverasen en la virtud, era totalmente imprescindible apartarlos del ambiente corrompido en que vivían. Una mente sagaz podía fácilmente prever cómo el mal iría creciendo de manera espantosa. Se necesitaba, por consiguiente, que el Oratorio moderno, popular, fuera un campo de verdadero apostolado, en el que aplicasen ((**It3.88**)) los medios de santificación instituídos por Jesucristo administrados según el espiritú de la Iglesia. Debía sustituir a la parroquia en todas sus funciones, como establece el Concilio de Trento. Debía se la sede de una autoridad paterna, que remediase con todas sus fuerzas la negligencia de los padres y que supiera ganar de tal modo a los muchachos que ejerciera una influencia moral y continuada en su conducta. Ya había Patronatos que se acercaban al ideal de don Bosco. En ellos se celebraba la misa, se explicaba el catecismo, tenían confesores, se recomendaba la santa comunión una vez al mes, se vigilaba a los muchachos durante el recreo. Pero el Oratorio se cerraba a media mañana y los jóvenes quedaban abandonados a sí mismos porque no tenían dónde reunirse por la tarde. Y don Bosco, que sabía los peligros más graves para los jóvenes, particularmente si eran obreros, aparecían por la tarde, quería que su Oratorio estuviera abierto toda la jornada. Había Oratorios festivos que procuraban a los muchachos tods los auxilios espirituales y también los recogían por la tarde; pero no admitían más que a los de una conducta digna y probada; debían ser presentados por sus padres a la dirección y se les obligaba a retirarse, si no se comportaban bien. Pero don Bosco quería(**Es3.77**))
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