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((**Es3.55**) afeitarse, escogía una barbería preferentemente de las más frecuentadas en aquel momento. El barbero recibía al recién llegado con las atenciones proverbiales de los turineses y, acercándole una silla, le rogaba esperase turno hasta que terminara de servir a los que ya aguardaban. Don Bosco echaba una mirada alrededor, se fijaba en el aprendiz que preparaba las navajas y replicaba: -Tengo prisa, no puedo esperar. Usted atienda tranquilamente a estos señores. Ese muchachos que está desocupado, podrá afeitarme a las mil maravillas. -Por favor, respondía el barbero; >>cómo se va a hacer usted desollar por ese mocoso? Hace muy pocas semanas que empieza a manejar la navaja: pasaría un mal cuarto de hora. Además, es tan parado, y tiene tan pocas ganas de aprender... -Si embargo, replicaba don Bosco, me parece un muchacho inteligente. Mi barba no es muy difícil. Si usted permitiese que empezase a ensayarse con mi cara, me daría un gran gusto. Ya verá usted como todo acaba bien. -Bueno, sea como usted quiere, concluía el barbero; yo ya le he avisado, y hombre avisado... -Gracias, respondía don Bosco. Y después, volviéndose al jovencito, que se había puesto como la grana de vergüenza por los elogios ((**It3.58**)) de su amo le decía: -Ven aquí; ea, a ver cómo te luces: Estoy seguro de que tu maestro tendrá que cambiar de opinión sobre ti. Y el muchachos, reanimado, dudaba primero y después tomaba tranquilamente la navaja y comenzaba a rasurar al pobre cura. No es fácil decir lo que aquella mano inexperta hacía sufrir a don Bosco. La navaja no afeitaba y muchas veces arrancaba los pelos. Don Bosco, que sufría hasta cuando el barbero era muy hábil en su oficio, aguantaba en aquel momento una verdadera tortura. Y, siempre tranquilo, no daba la menor señal de dolor; el muchachos se serenaba cada vez más, creyendo que lo hacía bien, y aumentaba su simpatía para quien le había dado tan buena señal de aprecio. No faltaban las pullas del maestro burlándose del novicio y compadeciendo al cura, pero don Bosco protestaba que el muchacho cumplía muy bien su oficio. Terminada la dolorosa operación, no siempre sin que las mejillas de don Bosco hubieran recibido algunos cortes, los elogios, que el muchacho recibía del buen siervo de Dios, eran otros tantos vínculos que prendían el corazón de quien estaba acostumbrado a no oir más que reproches. Don Bosco(**Es3.55**))
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