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((**Es3.52**) quería ganarse, o bien para los obreros a quienes encomendaba algún trabajo en su casa. Tampoco dudaba a veces en entrar, para pedir una bebida caliente o simplemente un vaso de agua. Eran sólo pretextos y nada más. En efecto, la entrada de un sacerdote en ciertos establecimientos de aquéllos llamaba poderosamente la atención. Se le acercaba el dueño para recibir sus órdenes y, ganado por sus maneras afables, entraba en conversación con él. Los clientes esparcidos por aquí y por allá, dejaban sus mesas y le hacían corro. Don Bosco, al principio, los entretenía con una conversación alegre, chistes, frases ingeniosas, anécdotas y, por último, remataba con unas palabras sobre la salvación eterna. Entraba audazmente en el tema, pero con pocas palabras y manifestando siempre el interés que tenía por sus almas. Preguntaba con aquella su circunspecta sonrisa: ->>Hace mucho tiempo que no os habéis confesado? >>Habéis cumplido con Pascua? Las repuestas de los presentes eran tan sinceras como amables y francas las preguntas. A veces don Bosco tenía que aguantar disputas, resolver objeciones, disipar prejuicios; pero lo hacía con tal garbo, que nadie se ofendía y ni la menor frase hiriente turbaba la pacífica conversación. El aseguraba no haber recibido en aquellos lugares, frecuentados por toda suerte de personas, ni un insulto ni una burla de mal gusto. Cuando se iba, todos eran muchos, como lo habían prometido, iban a buscarle al confesionario. Durante estas conversaciones observaba si había algún niño; preguntaba al dueño del establecimiento si tenía hijos, se interesaba por saber si eran buenos, si obedecían a sus padres; pedía, por favor, que se los dejaran ver y, por último, les recomendaba que se los mandaran al Oratorio para asistir a las funciones sagradas. Las madres, al enterarse de la novedad de su presencia en el establecimiento, llevadas por la curiosidad, salían de sus habitaciones, se sumaban al corrillo y, emocionadas a la par de sus maridos, al ver el interés que demostraba hasta por el bien temporal de sus hijos, accedían a su petición, especialmente a la de mandarlos al Oratorio a confesarse. Los hijos, a su vez, en cuanto conocían a don Bosco, ya no acertaban a separarse de él. Citamos un caso entre muchos. Había ido repetidas veces, para sus fines, a una fonda del barrio de Valdocco, donde tenía estrecha amistad con el hijo del fondista. El muchacho, aunque de buena voluntad, tenía poco tiempo los domingos para ir a la iglesia,(**Es3.52**))
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