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((**Es3.436**) Echamos suertes y grité a los contrarios: -Os desafío. Al principio estaba el juego un poco desanimado; después se empeñaron mis contrarios en hacerme prisionero, pero no lo consiguieron ni una vez. Una columna, un columpio, un grupo de muchachos me amparaban para volver a mi puesto. Entonces se animó muchísimo el juego. El que no jugaba hacía de espectador. Los aplausos se sucedían. -No corre mucho, decían refiriéndose a mí, pero sabe correr a tiempo. Al oscurecer, los de la pandilla se retiraron, menos cuatro de los cabecillas. Los invité en la portería e hice llevar vino. Me miraron fijos a la cara y no quisieron beber. Cuando me dispuse a volver a casa, ya era noche cerrada, se ofrecieron a acompañarme. Acepté: durante el camino hablamos de la importancia de ser buenos cristianos, sin hacer la menor alusión a lo ocurrido. Al llegar a la puerta de casa, me tomaron de la mano, la besaron y me dijeron: -íPerdone las descortesías de ((**It3.567**)) hoy! Y se alejaron. íPobres muchachos! Son de buen corazón, tienen inteligencia, pero están dañados por la malicia de unos y la incuria de otros>>. Estos disturbios, que eran raros, no impedían que en aquel Oratorio, de ordinario marchara todo normalmente; el fruto que se conseguía para las almas no era en nada inferior al que se alcanzaba en Valdocco y en Puerta Nueva. Don Miguel Rúa, estudiante todavía, clérigo después y sacerdote, iba allí para la asistencia, el catecismo, la predicación y los demás oficios del sagrado ministerio, y se vio siempre correspondido por los muchachos con tal cordialidad y confianza que aquellos años constituyeron uno de los recuerdos más agradables de su vida. El y don José Bongioanni fueron los últimos directores de aquel centro. El Oratorio del Angel Custodio continuó felizmente en el mismo sitio y bajo la dirección de don Bosco durante casi veinte años. El primero de abril de 1858 renovó el alquiler directamente con los propietarios para nueve años, esto es, hasta el primero de abril de 1867, por seiscientas cincuenta liras anuales. En 1866 se erigió la nueva parroquia de Santa Julia, edificada casi toda ella por obra de la caritativa marquesa Julia Barolo, y el suburbio de Vanchiglia, desgajado de la parroquia de la Anunciación, quedó comprendido dentro de los límites de Santa Julia. La benemérita y rica señora, al fundar la parroquia, dejó en testamento (**Es3.436**))
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