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((**Es3.427**) paciencia, nos daba clase, nos repetía cien veces las mismas reglas, acompañadas de frecuentes ejercicios, cuando era preciso, y lo era con frecuencia, hasta que sabíamos dar razón de la última explicación con nuestras respuestas. Muchas veces, por miedo a ser preguntado, me ponía lejos de mi buen maestro, pero él me llamaba amablemente y me proponía una frasecita para traducir, nombres a declinar, verbos a conjugar. Y, aunque éramos lentos para aprender, no se cansaba de repetir... Adiós, casa querida donde recibí pruebas de cariño paternal, para animarme a ser bueno>>. Fue en aquel otoño cuando don Bosco se encontró con un joven de quince años, que después sería su brazo derecho y apoyo para muchas cosas, testigo fiel de sus virtudes y que moriría misionero en la república del Ecuador. Habiendo ido a Ramello, aldea de Castelnuovo de Asti, a ((**It3.555**)) casa de Carlos Savio para comprar uvas, éste, que era padre del clérigo Ascanio, y había preparado la comida para los muchachos del Oratorio, presentó a don Bosco otro hijo suyo, llamado Angel, y le rogó quisiera admitirlo entre sus discípulos. Don Bosco lo aceptó gustoso y al año siguiente, 1850, se lo llevó consigo a Turín. Después de celebrar la novena y la fiesta del Santo Rosario los muchachos dejaron I Becchi. Don Bosco fue a reunirse con ellos en Turín unos días después. Iba, ya anochecido, don Bosco, a solas, del caserío de I Becchi a Buttigliera; o, como otros cuentan, desde Capriglio a Castelnuovo. A mitad del viaje, descubrió en medio del camino, flanqueado por el bosque, que lo hacía más oscuro y desierto, a un mozalbete sentado en un ribazo de la orilla. Cuando éste vio al sacerdote que se acercaba, bajó y salió a su encuentro pidiendo socorro. Pero el tono de su voz amenazadora daba a entender que la petición era una intimación. Don Bosco, sin perder la serenidad, se paró y le dijo: -Un poco de paciencia. -íQué paciencia ni qué! Entrégueme el dinero o le mato. -Dinero para ti no tengo; la vida me la ha dado Dios y sólo él me la puede volver a tomar. En aquel sitio y sin testigos era fácil dar un golpe. Pero don Bosco, aunque el muchacho llevaba el sombrero echado sobre los ojos, le había reconocido: era hijo de un propietario de aquellos contornos, a quien él había catequizado y confesado en la cárcel de Turín, de la que había salido hacía pocos días, gracias a su recomendación al Procurador del Rey. En aquel momento, con la oscuridad de la noche y la natural turbación que le agitaba al cometer el delito, no (**Es3.427**))
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