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((**Es3.384**) caritativas, para ir después a la taberna a beber y comer de gorra, riéndose de todos y especialmente de los sacerdotes? ((**It3.494**)) >>-No, respondió don Bosco, no hables así, querido Brosio. Este hombre es sincero y leal; más aún, añadiré que es trabajador y muy encariñado con su familia; ha llegado a ese estado de indigencia sólo por la mala fortuna. >>- >>Y cómo puede saber usted todo eso?, le pregunté. >>Entonces don Bosco me tomó de la mano y estrechándomela me miró fijo a la cara. Después, como haciéndome una secreta confidencia, me dijo: >>-Se lo he leído en el corazón. >>-íBonita cosa! >>Entonces usted también ve mis pecados?, le pregunté. >>-íSí!, siento su olor, respondió sonriendo. >>- Y en efecto, sentía verdaderamente el olor de los pecados o, mejor dicho, leía en el corazón; porque, si yo olvidaba decirle algo en confesión, enseguida ponía ante mis ojos la cosa precisa, tal y como era. >>Cómo podía hacerlo, si no estaba leyendo en mi corazón? Porque yo vivía, al menos, a media milla de distancia. >>Y otra anécdota también referente a esto. Un día había hecho yo una obra de caridad, pero me había costado un gran sacrificio, cosa que nadie sabía. Fui al Oratorio. Apenas me dio don Bosco, vino a mi encuentro, me tomó de la mano, según su costumbre, y, me dijo: >>-íOh, qué cosa más linda te has preparado para el paraíso con el sacrificio que acabas de hacer! >>-Y >>qué sacrificio he hecho yo?, le pregunté. >>Don Bosco entonces me explicó punto por punto todo lo que yo había hecho en secreto. Y es que don Bosco leía en el corazón y veía las cosas desde lejos. Tuve de ello otra prueba. >>Una tarde me encontré por Turín con aquel hombre a quien don Bosco había dado las cuatro perrillas. Me reconoció, me detuvo y me dijo que, con aquellos céntimos había ido a comprar harina de maíz y había hecho polenta de la que comieron él y toda la familia hasta saciarse, así que, aquel día ya no tuvieron ((**It3.495**)) hambre; y que, después de haber recibido la bendición de don Bosco, los asuntos de su casa iban mejorando de día en día. Añadió que don Bosco era verdaderamente un santo y que nunca se olvidaría de él. Y repetía: en casa le llamamos el cura del milagro de la polenta, porque con cuatro perrillas de harina, al precio que se paga, escasamente habría para dos personas y, en cambio, comimos bien hasta siete. (**Es3.384**))
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