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((**Es3.366**) exigida por las circunstancias especiales de aquellos tiempos, no se lo permitían. Cuando he aquí que, tan a punto, llegaba la petición del Gobierno para ocupar provisionalmente aquel local para alojar a los soldados; y los residentes, que pertenecían a distintas diócesis del Piamonte, fueron mandados a sus casas. Fue entonces cuando don José Cafasso rogó a don Bosco encarecidamente que continuara sus lecciones de moral ((**It3.470**)) con los alumnos que vivían en Turín y quisieran aprovecharse de ellas, y como posteriormente, al volver a abrirse la Residencia, ya no se dieron más lecciones públicas, para excluir a los alumnos externos, causa en gran parte de los desórdenes referidos, don Bosco acogió también en sus clases a algunos de ellos. Durante cerca de siete años, y sin retribución alguna, continuó don Bosco danto estas clases y manteniendo estos círculos de estudio. El canónigo Ravina, Vicario General, apreciaba mucho su saber. Cuando los que habían asistido a sus lecciones, se presentaban en la Curia para el examen de confesión y llevaban una tarjeta en la que don Bosco había escrito: sufficienter instructus (suficientemente instruido), las más de las veces se le concedía la patente, sin ningún examen. Casi como apéndice de esta clase había organizado don Bosco otra reunión semanal en Valdocco, para caminar siempre con prudencia en el desarrollo de sus Oratorios. Tomaban parte en ella personas insignes por su piedad y doctrina, tales como el teólogo Borel, el teólogo Roberto Murialdo, los dos hermanos Vola y también otros que frecuentaban la Conferencia y no fallaban nunca a la invitación de don Bosco. Su fin principal era el de estudiar los medios para trabajar siempre más y mejor en la santificación de los jóvenes y ayudarse mutuamente a vencer las dificultades que iba poniendo el enemigo de todo bien. El teólogo Félix Reviglio fue testigo ocular de estas conferencias. Don Bosco, pues, no cesó de refrescar los estudios de teología moral aún después de haber dejado aquellas clases. Frecuentemente, nos contaba monseñor Cagliero, proponía la solución de casos y cuestiones sobre principios teológicos a los más estimados teólogos de la ciudad; y a veces, después de serias discusiones, acababan por aceptar sus conclusiones. Procuraba también instruirse en Derecho Canónico, por lo que, de cuando en cuando, entablaba discusiones con su amigo el canónigo Lorenzo Gastaldi, ((**It3.471**)) quien, por haber hecho sus estudios en la universidad de Turín, sostenía algunas opiniones no conformes del todo con las doctrinas enseñadas en Roma. (**Es3.366**))
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