Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es3.327**) Busca y rebusca en los bolsillos, registra por una y otra parte, pero el manuscrito no aparece. El pobre muchacho se deshace de pena, siente que se le oprime el corazón y prorrumpe en llanto. Por fortuna, sin saberlo nadie, don Bosco había encontrado el cuadernillo. En tanto, algunos compañeros al verle llorar de aquel modo, después de haber intentado mil veces les dijese el porqué, lo llevaron a don Bosco. ->>Qué sucede, querido Santiaguito?, le preguntó éste. >>Estás malo? >>Algún disgusto? >>Te han pegado? Y mientras, le acariciaba para detener su llanto. El muchacho se enjuagó las lágrimas, tomó aliento, y respondió: -íHe perdido los pecados! A sus palabras soltaron los compañeros una alegre carcajada. Don Bosco, que lo había comprendido enseguida, añadió donosamente: ((**It3.420**)) -Feliz de ti, si has perdido los pecados; y mucho más feliz, si nunca más los encuentras; porque sin pecados, irás ciertamente al paraíso. Pero el muchacho, creyendo que no le habían entendido, repuso: -He perdido el cuaderno donde los había escrito. Don Bosco entonces sacó del bolsillo el gran secreto y le dijo: -Quédate tranquilo, amigo mío; tus pecados han caído en buenas manos; aquí los tienes. Al verlos, se serenó el muchacho y, sonriendo, concluyó: -Si hubiera sabido que los había encontrado usted, en vez de llorar, me hubiera puesto a reír; y esta noche, al ir a confesarme, le hubiera dicho: Padre, me acuso de todos los pecados que usted se ha encontrado y que tiene en el bolsillo. Las reuniones, hermosísimas por el recogimiento y el fervor, se celebraron en el pequeño coro de la iglesia. Los asistentes fueron trece, entre los cuales se contaban Félix Reviglio, José Buzzetti y Carlos Gastini. También estuvieron presentes Jacinto Arnaud, Sansoldo, Nicolás Galesio, Juan Constantino, Santiago Cerruti, Juan Gravano y Domingo Borgialli. Los asistía don Bosco, el cual no faltó a ninguna plática. La calma de aquellos ejercicios contrastaba con la enorme agitación que reinaba en la ciudad aquellos días. El canónigo Glielmone, que iba mañana y tarde de su casa al Oratorio, escribía después a don Juan Bonetti: que, entonces, al atravesar calles y plazas, le parecía que había llegado la hora del fin del mundo, dada la violencia reinante en las tumultuosas manifestaciones callejeras. (**Es3.327**))
<Anterior: 3. 326><Siguiente: 3. 328>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com