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((**Es3.313**) Don Bosco y su Oratorio de San Luis Gonzaga fueron de los primeros en probar los amargos frutos de la emancipación, porque los valdenses, instalados en Turín, fueron a establecerse junto a la Alameda de los Plátanos, cerca de dicho Oratorio. Allí, en una casa acomodada para su fin, comenzaron a dar conferencias, en las que un ministro tras otro, con el pretexto de explicar la Biblia, hablaban con vehemencia contra el Papa, los obispos, los sacerdotes, el celibato, la confesión, la santa misa, el purgatorio, la invocación de los santos y sobre todo, contra María Santísima, tratándola simplemente como una mujer más y atentando sacrílegamente contra las dos perlas más brillantes de su corona, su virginidad y su maternidad divina. Creían los sectarios, con estas impías novedades, que suscitarían gran entusiasmo y atraerían gente sensata para escucharlos; pero, muy pronto se desengañaron, puesto que poquísimos turineses se atrevieron a renunciar de su fe y a frecuentar las asambleas diabólicas. No pasaron de unas docenas los seducidos: jovenzuelos ociosos, ignorantes y de malas costumbres, que de católicos no tenían más que ((**It3.402**)) el agua bautismal, que no podían raer de su alma. Hubo entre ellos un tal Pugno, pobre zapatero remendón que, harto de manejar la lezna y la pez, llegó a ser uno de los predicantes más rabiosos. Fue varias veces a visitar a don Bosco para discutir con él; y, de no haber sido por la compasión que despertaba la pérdida de aquella alma, hubiera sido el caso de reír a carcajadas, oyendo fanfarronear a un remendón convertido en teólogo y apóstol íde la noche a la mañana! Cuando vieron los protestantes que no podían hacer muchos prosélitos entre los adultos, adoptaron otro método que desgraciadamente resultó, y resulta todavía, a propósito para pervertir muchas almas y ponerlas en el camino de la perdición. Hicieron brillar el vil metal y lanzaron sus redes en medio de la incauta juventud. Eligieron algunos de sus más audaces adeptos, los mandaron como lobos a la busca de corderos; y dado que el Oratorio estaba entonces frecuentado por casi quinientos muchachos, más o menos grandecitos, pusieron enseguida sus ojos en él, como en un aprisco sin vallado. Así que, un domingo, algunos de aquellos desgraciados se situaron en el camino que llevaba al Oratorio; otros, se colocaron lo más cerca posible del lugar de recreo; y, ora con palabras de halago, ora con frases picantes, procuraban atraerse a los muchachos: ->>Qué vais a hacer allí? Venid con nosotros, y os llevaremos a (**Es3.313**))
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