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((**Es3.290**) Aquel gesto de madre cariñosa conmovía hasta las lágrimas al pequeño culpable que, por un momento, hasta rehusaba aceptar aquella fineza que, al fin, recibía obligado por la orden de Margarita. Otras veces, después de acabar de comer los muchachos, iba ella en busca de alguno escondido en una habitación, porque se sabía merecedor de un castigo y por miedo a ser avergonzado ante los compañeros. ->>Qué has hecho?, le decía. La mar de cosas buenas, >>verdad?... íSiempre dando quehacer! Pero no he venido para reñirte: >>te portarás bien? >>Sí? íTe levanto el castigo!... Y así diciendo se lo llevaba a la cocina y allí reanudaba su sermón haciéndole ver los males espirituales y temporales que le acarrearía en lo porvenir su desarreglada conducta. Y después proseguía: -íCuántos disgustos has dado ya a don Bosco! El se desvive por ti y tú >>cómo se lo pagas? Vete a pedirle perdón y prométele que no volverás a hacer más lo que has hecho. -Sí, sí; haré lo que me dice, respondía el muchacho. -Pero no está todo en pedirle perdón a don Bosco, continuaba Margarita. >>Y Dios? >>Tú sabes quién es Dios? Y tomaba entonces un tono majestuoso capaz de superar a Demóstenes y a Cicerón. -íDios! A El hay que pedirle perdón. El ve tus obras y tus pensamientos más escondidos, quizá el enfado interior que te agitaba mientras don Bosco te amonestaba y quizá también la poca voluntad que tenías de enmendarte. Pídele, pues, perdón de todo, pero con toda tu alma. ((**It3.372**)) Mientras tanto, le preparaba la comida y hacía que se sentara, le ponía delante la sopa, mientras el muchacho convencido y consolado, prometía ser mejor. -Pero no digas a nadie que te he dado de comer, continuaba la buena mujer. Quedaría yo mal; parecería que yo amparo tus barrabasadas. Se diría que mi debilidad favorece tu insolencia. Y además no quiero comprometer a don Bosco. Mira, también, que es peor para ti. No quiero tener fama de proteger a quien no se lo merece, pero quiero se sepa que has reconocido tu falta y estás arrepentido. Estas sus formas le adueñaban los corazones. Cuando tuvieron la suerte de disfrutar de la amable compañía de Margarita y experimentar las delicadezas de su corazón maternal, recuerdan ahora, hechos hombres, con gran satisfacción, sus años de muchachos y no olvidan la sonrisa inalterable que fluía de los labios (**Es3.290**))
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