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((**Es3.195**) propio con la alabanza; si lográis atraer a vuestra causa a los curas malos, habréis hecho un buen negocio'>>. Y el programa se cumplió a la letra; desde entonces, se podía leer, de no estar ciego, cómo todos los movimientos de los liberales iban dirigidos directamente a atormentar y destronar al Papa, quitándole todos los medios y apoyos humanos. Aún siguen repitiendo: <>. Con este fin, cuando en 1847 atacaba Gioberti al clero regular, empezaron los conjurados a halagar astutamente al clero secular. Mazzini había escrito: << Conviene ganarse al clero y conquistar su influencia... El clero no es enemigo de las instituciones liberales... Si podéis crear en cada capital un Savonarola, adelantaremos a pasos de gigante... No ataquéis al clero en su fortuna ni en su ((**It3.243**)) ortodoxia, prometedles libertad y los veréis en vuestras filas... Lo esencial es que no conozcan los fines de la gran revolución. No dejemos ver nunca más que el primer paso a dar...>>. El santo y seña de las logias en Turín fue éste: Alabad a los sacerdotes. El no iniciado en los secretos, no entendía la inusitada reverencia y cordialidad con que trataban al clero hasta los que no frecuentaban la iglesia. Todos los aniversarios patrióticos empezaron a concluirse visitando un santuario, asistiendo a una misa o a un Te Deum con la bendición del Santísimo. Se invitaba al sacerdote a los congresos, a las reuniones, a las manifestaciones, y era tratado con toda suerte de atenciones. En la Universidad de Turín, donde se atrincheraban los jansenistas como en una ciudadela, se hermanaban los estudiantes de las distintas facultades con los seminaristas y sacerdotes alumnos de la facultad de teología. Estos no podían en ocasiones sustraerse a las entusiastas ovaciones de estudiantes y profesores. Fuera de ella, hasta desde lejos, se podía saber del paso de un insigne eclesiástico o de un grupo de seminaristas por el frenesí con que gritaba la gente: íVivan los curas! íVivan los seminaristas! No hay que maravillarse, pues, de que en aquel primer momento tomaran parte en el movimiento liberal bastantes sacerdotes jóvenes. Unos se habían calentado la cabeza leyendo los escritos de Gioberti; otros, en mayor número, eran unos ilusos e ingenuos que no sabían darse cuenta de adónde iban a parar aquellas exclamaciones tan exageradas. No podían siquiera sospechar que las reformas políticas, aparentemente deseadas por todos, pudieran tener su lado peligroso, cuando veían que el mismo Pío IX había concedido alguna a su pueblo. Todos ellos podían fácilmente picar en el anzuelo de (**Es3.195**))
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