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((**Es3.143**) íCuántos buenos muchachos -decía don Bosco- he encontrado entre esos limpiachimeneas! Llevaban la cara tiznada pero qué blanca era su alma cuando venían a confesarse. Les tenía un cariño singular. Cuando los encontraba, les daba una limosna y les invitaba a ir a su Oratorio. Los limpiachimeneas eran entonces objeto de su solicitud especial. Estos pequeños saboyanos bajaban inocentes de sus montañas, sin ninguna idea de la malicia del mundo, y sin conocer el dialecto. Por eso necesitaban instrucción religiosa, y que se les ayudara para no caer en los lazos de compañeros malvados. Don Bosco triunfó en su empresa, ganándoselos, proveyéndoles de lo necesario para vivir, vigilándoles y haciendo que siguieran siendo buenos con sus consejos. íCuántos consuelos le proporcionaron aquellos ingenuos hijitos suyos! Continuó él en su tarea de ir a buscar muchachos para el Oratorio festivo y especialmente para el catecismo cuaresmal, hasta 1865. Mientras se ganaba a los chicos pobres, no dejaba de ocuparse de los mayores y de sus pobres familias, especialmente durante la semana. Cuando volvía a casa hacia el mediodía, aún no había acabado de comer, y ya tenía la pluma en la mano para escribir cartas o instancias en favor de aquella pobre gente que se encontraba en la indigencia. Fue una obra de caridad, que parece de escasa importancia, pero que hay que anotar entre las más hermosas realizadas por don Bosco. Mientras permanecieron ((**It3.174**)) en Turín la Casa Real y los Ministerios, los infelices solían recurrir a estas Autoridades para que les socorrieran en su miseria. Los casos dolorosos y las necesidades urgentes eran de toda especie. Muchísimos de aquellos pobrecitos no sabían escribir y no encontraban quien les redactara gratuitamente el pliego de una instancia, y no faltaban los que no tenían dinero ni para comprar papel sellado. Por esto acudían al Oratorio muchos de ellos y don Bosco escuchaba pacientemente sus cuitas y los despedía satisfechos. Durante los primeros cinco o seis años cumplía él mismo este molesto trabajo, pero fácil y agradable para él. Cuando más tarde pudo dedicar un habitación para porteria, estableció que un clérigo u otra persona idónea atendieran allí, a determinadas horas, a los que iban y les redactaran debidamente la instancia. Esto lo disponía especialmente para los días en que él debía ausentarse de Turín. El mismo pagaba muchas veces el importe del papel que, a la larga, no era pequeño. No pasaba un día sin que se presentara alguno (**Es3.143**))
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