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((**Es3.120**) amenos, cuadritos, crucifijos, medallas, juguetes diversos, y un par de zapatos o un corte de traje para los más ejemplares. La extracción de números estaba tan bien organizada, que el premio era a elección; y así, el que salía premiado, ganaba el premio correspondiente a su asistencia y a su buena conducta. Además casi todos los meses, preparaba otras loterías menos solemnes, pero no menos atrayentes. Era un trabajo lento escribir seiscientos números sobre otros tantos billetes, distribuir uno por uno a cada muchacho; repetir todas estas cifras en papeletas sueltas, doblarlas convenientemente y colocarlas en una bolsita; anotarlas todas, finalmente, en un registro; e indicar, al lado de cada número, el premio asignado. Don Bosco, desde la barandilla de delante de su habitación o subido sobre una silla adosada a la pared de la iglesia, explicaba las condiciones de la lotería, agitaba la bolsita y, despacio, despacio, para prolongar la diversión cuanto podía, extraía los números y los proclamaba en alta voz. Los muchachos se estrujaban en el patio, con los ojos fijos en don Bosco y en ((**It3.142**)) la papeleta que tenían en la mano. A veces no llegaban los premios para todos, y varias decenas de ellos se quedaban con las manos vacías; por eso la ansiedad les tenía en vilo todo el tiempo, esperando ser de los afortunados. Pero, casi siempre, estaban ordenadas las cosas de tal modo que a cada muchacho le tocaba alguna cosilla y entonces la curiosidad los mantenía todavía más en suspenso, imaginando qué premio les saldría. Sobre la mesa había unas corbatas, un sombrero, una gorra, una chaqueta, una torta, fruta, dulces y otras cosas que hacían más ameno aquel pasatiempo. Las risas y los aplausos estallaban con fragor cuando el pregonero anunciaba los premios correspondientes a ciertos números. -íUna patata cocida! íuna zanahoria, una cebolla, un nabo, una castaña! El que salía premiado no dejaba de presentarse a recibir el magnífico regalo. A veces el premio era colectivo, esto es: varios jóvenes ganaban con sus billetes un premio que debían repartirlo entre ellos. Por ejemplo, una gran torta para diez; una botella de cerveza se debía repartir entre cuatro; dos panes, dos porciones de salchichón o de queso y una botella de vino correspondían a cinco números y formaban un sólo lote. Pero el prmer afortunado debía esperar a que la suerte indicara los otros cuatro compañeros con los que iba luego a merendar, repartiéndose a partes iguales lo que les había tocado. La formación de estos grupos, hijos del capricho (**Es3.120**))
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