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((**Es3.112**) con sus perversos discursos. San Luis había adquirido tal ascendiente sobre sus compañeros que, lo mismo viejos que jóvenes, cuando él aparecía, no se atrevían a soltar una palabra menos honesta. Por lo demás, si alguna vez, a pesar de todas las precauciones, os encontrarais en peligro de ofender a Dios, huid, abandonad aquel lugar, aquella casa, aquel trabajo, aquel taller; soportad cualquier mal del mundo antes de permanecer en esos lugares y tratar con personas que ponen en peligro la salvación de vuestra alma. Estad seguros de que Dios y la Virgen Santísima no os abandonarán. También don Bosco se empeñará en ayudaros con todas sus fuerzas y siempre hallará pan y trabajo para sus amados hijos>>. Con cierta frecuencia les anunciaba que para que sus recreos fueran más amenos y divertidos, haría juegos de prestidigitación, o distribuiría medallas, estampas, libritos, haría loterías de premios sacados a la suerte, desayunos, meriendas, músicas vocales e instrumentales y también regalos de prendas de vestir, conseguidas de los bienhechores, con tal de que estuvieran atentos en la iglesia y aprendieran. Y como todos sabían por experiencia que don Bosco cumplía su palabra, quedaban embelesados de alegría. Después de una jornada, transcurrida en medio de tantas ocupaciones y con el poco alimento que había tomado, don Bosco no podía casi moverse. Los jóvenes aprendices que eran los últimos en marcharse, porque los estudiantes se marchaban antes a sus casas, le decían a menudo: -Acompáñenos hasta fuera. ((**It3.133**)) -No puedo, respondía don Bosco. -Dé unos pasos con nosotros. Y tanto y tanto le rogaban, que salía. En cuanto andaba el espacio como de un tiro de piedra, hacía ademán de volverse atrás, pero los muchachos, que no sabían separarse de él, gritaban: -Un poco más; venga con nosotros hasta aquellos árboles. Y don Bosco, pacientemente, les complacía. Al llegar al sitio indicado, se paraba y los trescientos o más muchachos, pequeños y grandes, formaban corona en su derredor y le instaban para que les contase un cuento. Don Bosco se excusaba, diciendo: -Basta ya, dejadme ir a casa, estoy muy cansado. -No, no, respondían. Entonaremos una canción; usted descanse mientras tanto y después nos cuenta un ejemplo bonito. -Mirad que no puedo más. (**Es3.112**))
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