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((**Es3.105**) No siempre asistía don Bosco a todas las funciones. Cuando tenía catequistas para todas las clases, incluída la del coro, y un predicador dispuesto para sustituírlo, recorría el amplio espacio de los alrededores, en busca de ovejas descarriadas, o sea, de muchachos a quienes no era fácil hacerles entrar en razón. Estos, en vez de ir a las parroquias, se reunían para jugar por los prados, las avenidas y especialmente bajo los soportales de las casas de campo. El se acercaba poco a poco a estos grupos y con aspecto indiferente se quedaba observando el juego. En el medio, sobre una silla, y más frecuentemente en el mismo suelo, tenían colocado un pañuelo que servía de mantel sobre el cual ponían el dinero de la partida. Jugaban desesperadamente ((**It3.123**)) a las cartas: al tresillo, al burro, a la cabra, y algunos de estos juegos, como por ejemplo la cabra, estaban prohibidos por las leyes. Había en el pañuelo de 15 a 20 liras y aún más por jugada. No era raro el caso en que por cuestiones del juego se terminara a navajazos. Don Bosco, pues, se metía en el juego y, a veces, tomaba parte en él. Pero, cuando veía el pañuelo, bien cubierto de liras y los jugadores acalorados echando cartas, rápido como un relámpago, tomaba el pañuelo por las cuatro puntas y, envolviendo dinero y cartas se lo llevaba a todo correr. Los muchachos sorprendidos se levantaban y corrían tras él gritando: -íEl dinero, devuélvanos el dinero! Pero no podían alcanzar a don Bosco, a quien pocos podían igualar en la carrera. De cuando en cuando se volvía hacia ellos y les decía: -No tengáis miedo; no quiero robaros el dinero; venid conmigo, corred, alcanzadme. Os devolveré el dinero y os daré otros regalos que os gustarán. Venid, corred. Y así, él corriendo y ellos siguiéndolo, llegaban a la puerta del Oratorio. La capilla estaba llena de muchachos. El teólogo Carpano, o el teólogo Borel estaba predicando en el púlpito. Pero, al llegar don Bosco con aquella caterva de golfillos, era indispensable cambiar de tono y ponerse en plan de burla. Había que calmar a los jugadores irritados con la desagradable sorpresa que les habían dado y atraerlos a la iglesia y retenerlos al sermón. Entraba don Bosco haciendo el papel de un vendedor o de un muchacho forzado por su madre a ir a la iglesia y que le obligaban a quedarse al sermón; fingía ser un invitado por el Director para ir al Oratorio; o un buen compañero que conducía a otros buenos amigos suyos. (**Es3.105**))
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