Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es2.82**) Y todavía llorando, se lo llevó a una tienda. Contó lo sucedido a la tendera y le rogó proveyese al muchacho de lo que había perdido. -En seguida, dijo la señora; pero usted quién es? -íSoy don Bosco! La buena mujer tomó un vaso y una botella, los llenó de vinagre y aceite y se los entregó al chiquillo. -Cuánto le debo?, preguntó don Bosco. -Veintidós perras chicas; pero le advierto que ya está pagado. El mismo afecto le tenían los jovencitos que él había preparado para hacer de catequistas. Y como eran estudiantes, les repasaba las lecciones, les corregía las tareas escolares de modo que aprovechasen sus explicaciones y correcciones. Ellos, al igual que los obreros a las horas de descanso, corrían a él durante la semana, y, más de una vez, se hacían acompañar de sus propios familiares. De este modo la influencia de don Bosco llegaba más allá de los muros de la Residencia Sacerdotal. Así sucedió que la familia de Emilio Verniano contrajo amistad con él. Acudían a visitarle los jueves, a la sala de visitas, ora el padre, ora el hijo, ora la madre acompañada de sus hijas. Tenía aquel matrimonio ocho hijos, y todos ((**It2.96**)) andaban siempre con ganas de oír a don Bosco. Pero no le gustaba a éste la poca modestia de las chicas en el vestir. Podían excusarse las de diez o doce años, mas no así las que pasaban de los dieciocho. Como no quería, sin embargo, darles un aviso que pudiera parecer un tanto duro, dada la moda y dado que aquella buena familia no veía ningún mal en su pequeña libertad mas sin exageración alguna, aguardó el momento oportuno. Un día fue toda la familia a pasar un rato en su compañía. Hablaba él y una de las pequeñitas le escuchaba boquiabierta. De pronto, se encara don Bosco con ella y le dice: -Me gustaría me explicases una cosa. -Sí, sí, pregúnteme, respondió la chiquilla la mar de contenta. -Díme, por qué tratas tan mal a tus brazos? -Yo no los trato mal. -A mí me parece que sí. -De ningún modo, intervino su madre; si usted lo supiera: tengo que reñirla constantemente por su vanidad. Aún no ha terminado de lavárselos, cuando tiene que volver a repasarlos y perfumarlos con agua olorosa. -Sin embargo, yo repito, siguió diciendo don Bosco a la niña, tú tratas mal a tus brazos. -Y por qué?(**Es2.82**))
<Anterior: 2. 81><Siguiente: 2. 83>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com