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((**Es2.66**) -Sabes leer y escribir? -No sé. -Sabes cantar? El jovencito, restregándose los ojos, miró a don Bosco extrañado y respondió: -No. -Sabes silbar? Sonrió el muchacho, que era lo que don Bosco pretendía, como señal de haberse ganado su confianza. Y continuó: -Díme, has hecho ya la primera comunión? -Todavía no. -Te has confesado? -Sí, cuando era pequeño. -Rezas tus oraciones por la mañana y por la noche? ((**It2.74**)) -No, casi nunca; se me han olvidado. -Y no hay nadie que te invite a rezarlas? -No. -Díme; vas a misa los domingos? -Casi siempre, respondió el muchacho después de una pausa y haciendo una mueca. -Vas al catecismo? -No me atrevo. -Por qué? -Porque los compañeros pequeños saben el catecismo y yo, tan mayor, no sé nada. Por eso tengo vergüenza de ir a la catequesis. -Y si yo te diera catecismo aparte, vendrías? -Vendría con mucho gusto. -Te gustaría que fuese aquí mismo? -Sí, sí; siempre que no me peguen. -Estáte tranquilo, nadie te tocará; serás amigo mío y tendrás que vértelas sólo conmigo. Cuando quieres que comencemos nuestro catecismo? -Cuando le plazca. -Esta tarde? -Sí. -Quieres ahora mismo? -Pues sí, ahora mismo; con mucho gusto. Entonces se arrodilló don Bosco y, antes de empezar el catecismo, rezó una Avemaría, para que la Virgen le concediera la gracia de salvar aquella alma. La fervorosa Avemaría y su recta intención fue el principio de grandes cosas. Se levantó después don Bosco e(**Es2.66**))
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