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((**Es2.50**) sentado a su mesa de trabajo, con la cabeza algo inclinada y atormentado por dolores reumáticos en las piernas. Por la alegre y cordial acogida que le dispensó, advirtió don Bosco que don Cafasso le había hablado de él favorablemente. Le asignaron una habitación amueblada con sencillez, pero limpísima, de acuerdo con la limpieza y el orden que reinaban en aquella Casa, como muestra exterior de su orden espiritual y moral. Al atardecer, ya estaban en casa todos los nuevos y los antiguos residentes. Formaban grupos por uno y otro lado. Recordaban las relaciones empezadas en el Seminario. Se contraían otras nuevas. Y en conversaciones animadas, sin bullicio, aguardaban el toque de campana. Entraron en la capilla, llegó el rector y con una expresión de recogimiento y alegría entonó el Veni Creator. Quedaba abierto el año escolástico. Durante los primeros días se explicaba el reglamento, que era breve, lleno de moderación y redactado de tal forma que era posible observarlo aún fuera de comunidad, para estimular a los sacerdotes a seguirlo en medio del mundo, cuando fueran dueños de su proceder. Eran prácticas de comunidad las oraciones de la mañana y de la noche, la asistencia a la misa, para los que todavía no eran ((**It2.52**)) sacerdotes, con el canto de alguna loa sacra antes de la comunión; la visita al Santísimo Sacramento, el rezo de la tercera parte del rosario, media hora de meditación y un cuarto de hora de lectura espiritual. Era preceptiva la confesión semanal, la mortificación de los viernes, el silencio fuera de las horas de recreo, el ejercicio mensual de la buena muerte. Había dos conferencias o clases al día y estudio en común; paseo por la tarde, de dos en dos por regla general, evitando los lugares más frecuentados de la ciudad y con prohibición de asistir a espectáculos públicos o de sentarse en los cafés. Es de notar cómo don Bosco adoptó después en sus casas, particularmente en los colegios, las antiguas prescripciones estatales respecto a las prácticas de piedad; y cómo añadió para sus Salesianos las de la Residencia Sacerdotal. Esa era su vida: un continuo aumentar los conocimientos prácticos, un aprovechar la experiencia de los mayores, un acumular medios para alcanzar la meta que le señalaba la Divina Providencia. El teólogo Guala exigía la observancia del reglamento con todas sus prescripciones. No había establecido ningún castigo para los transgresores, dado que los residentes debían ser tratados como hombres y no como niños; mas, si alguno, después de ser avisado varias veces, no obedecía, se le insinuaba que fuera a vivir a otra parte.(**Es2.50**))
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