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((**Es2.429**) Y así diciendo se disponía a entrar en las otras habitaciones. Entonces don Bosco, con acento tranquilo pero enérgico, dijo: -Señor, le digo que no está; y, aunque estuviese, usted no tendría derecho para entrar en casa ajena. Esta es mi casa y aquí mando yo. Márchese, pues, adonde usted guste, o de otro modo, habrá quien le haga salir de aquí. -Pues bien, iré a la policía, dijo el padre con más rabia, y lo arrancaré de las garras de los curas. -Sí, vaya usted a la policía, añadió don Bosco; pero sepa que también yo iré y sabré poner de relieve sus virtudes y milagros, y, si hay todavía en este mundo leyes y tribunales, usted tendrá que sufrir todo su rigor. Ante la entereza de don Bosco, los dos, que no tenían la conciencia muy limpia, se marcharon en silencio y no se dejaron ver más. Qué fue de aquel muchacho? Al marcharse sus dos perseguidores, don Bosco, con su madre, José Buzzetti y otros jóvenes que habían retardado la vuelta a su casa, se acercó al moral, llamó por su nombre al muchacho invitándole a bajar; pero en vano, el pobrecito no daba señal de vida. Miraron con atención y a la claridad de la luna le vieron inmóvil abrazado a unas ramas. Don Bosco repitió con más fuerza: -Baja, amiguito, no tengas miedo, ya no hay nadie, y aunque volvieran, te defenderemos a toda costa. Como si hablara al viento. Entonces un escalofrío corrió por las venas de todos, temiendo le hubiera sucedido cualquier desgracia. Hizo don Bosco que trajeran una escalera. Con el corazón palpitante subió al árbol, se le acercó, y le encontró como aterido y sin sentido. Con la debida precaución lo tocó, lo sacudió, lo ((**It2.573**)) llamó, y entonces el muchacho, como despertando de un mal sueño, creído que era su padre, se puso a chillar con furia: mordía y se revolvía con tal fuerza, que poco faltó para que rodaran los dos abajo. Tuvo don Bosco que agarrarse con un brazo a una rama y estrechar con el otro al pobre muchacho mientras repetía: -No tengas miedo, amiguito, soy don Bosco; no ves mi sotana? Mírame a la cara, cálmate; no me muerdas que me haces daño. Por fin, tanto hizo y tanto dijo, que logró volviera en sí y se calmara. Ya dueño de sí, dio el muchacho un hondo suspiro y, después, ayudado por don Bosco, bajó del árbol, que con razón podía llamarse el árbol de la vida. Lo llevó a la cocina. Mamá Margarita, con el corazón en un puño, le arrimó al fuego, le preparó un buen caldo y (**Es2.429**))
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