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((**Es2.414**) sus culpas a los pies de un confesor y abandonaron su vida desordenada. Esta conversión era una prenda celestial del bien que el librito había de producir. Apenas impreso, don Bosco regaló un ejemplar a todas las chicas del Refugio; y los millares restantes los entregó a la Superiora de la piadosa Casa; luego, se apresuró a traducirlo al francés, y esta segunda edición la destinó probablemente a las Hermanas de San José. La Marquesa leyó y alabó el libro, pero no permitió nunca que se dijera en su presencia que era obra de don Bosco. Una persona amiga se atrevió a decirle que le honraba poco que un pobre sacerdote la ganara en generosidad gastando su propio dinero en impresos publicados para secundar su deseo y en favor de sus hijas. Fue sorda a toda insinuación. Al encontrarse con don Bosco, nunca le manifestó de modo alguno su agradecimiento por una obra escrita en su atención, ni jamás le dijo una palabra sobre el particular. ((**It2.553**)) Una sola vez hizo excepción; he aquí como sucedió. El teólogo Borel mantenía siempre con ella bonísimas e inmutables relaciones. Un día estaban reunidos en casa de la piadosa señora varios sacerdotes a los que había llamado para que le indicaran obras buenas en las que emplear su dinero. Después de varios pareceres dijo el teólogo Borel: -Señora Marquesa, hay en Turín un celoso sacerdote que suda y trabaja de la mañana a la noche, íése necesita de su caridad! -íAh, ya! entendido, exclamó inmediatamente la Marquesa: íes don Bosco! íPara don Bosco no hay nada! El teólogo, sonriendo, hizo alguna observación sobre su extraño propósito y aludió al libro sobre la Misericordia de Dios. -Pues bien, tome; replicó entonces la Marquesa; aquí tiene doscientas liras: déselas, pero que no sepa que soy yo quien se las manda. íAy si se entera! En la primera ocasión que el Teólogo volvió a visitarla, preguntóle la Marquesa qué había sido de las doscientas liras: - Puesto que, dijo ella, si don Bosco sabe que son mías, es capaz de rechazarlas. Trabóse con tal motivo una discusión sobre la obra emprendida por don Bosco y, como el Teólogo no quisiera rendirse a la opinión de la Marquesa, acabó por decirle en buen piamontés: -íYa lo sabe, los sacerdotes no se aconsejan con las mujeres! La Marquesa no se dio por ofendida ante esta observación, que hubiera irritado a una alma soberbia y cambió serenamente de conversación, como solía hacer en ocasiones semejantes. Sabía el teólogo (**Es2.414**))
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