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((**Es2.348**) consagrada al bien de los pobres muchachos, y nadie podrá apartarme del camino que el Señor me ha trazado. -Entonces, usted prefiere sus vagabundos a mis institutos? Si es así, queda despedido a partir de este momento: hoy mismo buscaré quien le sustituya. Al llegar a este punto, don Bosco le hizo observar que un despido tan precipitado podía ocasionar sospechas poco honrosas, y que sería mejor operar con calma y guardar entre ellos la misma caridad que habrían querido se mantuviera cuando se encontrasen ante el tribunal de Dios. Ante estas palabras la Marquesa se calmó un poco y acabó diciendo: -Bueno, le doy tres meses de tiempo, después de los cuales usted dejará a otros la dirección de mi instituto. Don Bosco aceptó y, lleno de confianza en Dios, se abandonó a su siempre amorosa Providencia. Esta confianza aseguraba el éxito de su empresa, porque ya lo dice el Espíritu Santo: <> 1. Pero la Marquesa no se dio por vencida e, intentando disuadirlo de su propósito con la perspectiva de un mísero porvenir, le envió a su secretario, Silvio Péllico, con este encargo: -Renueve a don Bosco mi proposición. Si acepta, bien; yo haré todo lo que él quiera. Si se obstina, repítale ((**It2.463**)) que no vuelva jamás a mi puerta para pedir limosna. Se verá necesitado muy pronto, lo preveo; pero yo no le daré ni un solo centavo. Don Bosco no se dejó disuadir y mandó decir a la Marquesa: que le dolía mucho causar disgustos a una señora tan buena y a quien tanto debía; pero que él sabía que el Señor le llamaba a la misión de los niños y temía ir contra su santísima voluntad abandonándolos. Que éste era el único motivo que le obligaba a no rendirse a las generosas ofertas de la Marquesa. Don Cafasso y el teólogo Borel se enteraron muy pronto del molesto incidente. La Marquesa, después de una entrevista con don Cafasso, de quien ciertamente no supo nada de lo que don Bosco le había confiado, escribía al teólogo Borel: <>Después de una entrevista que he tenido con don Cafasso, creo debo dar a usted una explicación. Prefiero hacerlo por escrito, mejor 1 Jeremías XVII, 5. (**Es2.348**))
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