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((**Es2.344**) el párroco, el vicepárroco y otro sacerdote y estuvieron confesando hasta la una de la tarde, sin poder acabar con todos los jóvenes. Pero no acabó ahí el apuro. Aquellos buenos muchachos, al salir de Turín, habían hecho lo mismo que las turbas seguían a Jesús por el desierto: únicamente preocupados por encontrar a don Bosco y confesarse con él, habían marchado sin provisión alguna, puesto que pensaban volver a casa a tiempo para almorzar. Por lo cual, además de satisfacer su piedad, era necesario calmar su hambre canina, aumentada con el cansancio del viaje sin probar bocado. Como no se podía realizar el milagro de la multiplicación de los panes, el buen cura sacó del apuro a don Bosco, supliendo el milagro con su caridad. Sacó cuanto había en su despensa: pan, polenta, habichuelas, arroz, patatas, fruta y queso. Todo lo puso ante los hambrientos huéspedes y como no bastara con lo que tenía en casa, acudió a pedir prestado a los vecinos. De este modo el juvenil ejército obtuvo el alimento necesario, y al volver a la ciudad, ninguno se desmayó por el camino. Pero aquella mañana, a más de los apuros de don Bosco y de su generoso huésped, hubo un disgusto inesperado y una gran contrariedad entre los maestros de las Escuelas Cristianas, los predicadores de Ejercicios y otras personas invitadas, ya que, al llegar la hora de la misa y de la comunión general, no había presentes, más que unos pocos de los cuatrocientos alumnos: ((**It2.457**)) todos los demás estaban en Sassi o perdidos por aquellos alrededores. Igualmente, otro día de vacaciones un grupo de éstos, entre ellos un hermano de Miguel Rúa, se dirigió temprano a Sassi para oír la misa de don Bosco y recibir la comunión de sus manos. Los que no habían podido confesarse antes de la partida, se confesaron allí con él. La función se alargó hasta muy tarde, pero volvieron todos a la ciudad la mar de satisfechos, dejando a don Bosco muy contento. Miguel Rúa se lo oía contar a su hermano, tres años mayor que él, con la alegría y los gratos recuerdos de aquel hermoso paseo. Cada uno puede fácilmente deducir de estos hechos cómo querían a don Bosco los muchachos que le conocían; y qué poco, por otra parte, se prestaba Sassi para su descanso y la mejoría de su quebrantada salud. (**Es2.344**))
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