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((**Es2.323**) la primera impresión, no nos fue posible estar parados y quietos, aseguraban algunos supervivientes. Nos desbandamos. Unos corrían, otros saltaban como cabritos, éstos echaban al aire el sombrero, aquellos gritaban ((**It2.427**)) con todas sus fuerzas, otros palmoteaban: parecía el fin del mundo. Las gentes de los alrededores extrañadas se nos acercaban preguntando qué sucedía. Don Merla reía; don Bosco lloraba de consuelo. Fue un momento de emoción, de entusiasmo indescriptible; una escena digna de pasar a la posteridad. De este modo, por la bondad del Señor y la intercesión de María Inmaculada se pasaba, como por encanto, de la más profunda tristeza a una suavísima alegría>>. Después de aquel desahogo de alegría, don Bosco los volvió a llamar, impuso silencio, les dirigió unas palabras sobre el buen resultado de la peregrinación, y los invitó a arrodillarse para rezar el santo rosario en acción de gracias. Era la plegaria de la gratitud hacia la celestial Bienhechora y Madre, que les había atendido tan amorosamente en el mismo día. Levantándose, dieron el último adiós al prado, que hasta entonces habían amado por necesidad, pero que abandonaban sin pesar, seguros como estaban de tener otro sitio mejor. Se había puesto el sol. Los jóvenes saludando y aclamando a don Bosco, se retiraron a sus casas para contar las aventuras de aquella afortunada tarde. El contrato de este arriendo lleva la fecha del 1.° de abril de 1845: está firmado por Francisco Pinardi y por el teólogo Juan Borel, y era válido para tres años. (**Es2.323**))
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