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((**Es2.307**) Don Bosco acudió a la cita. El Marqués pretendía imponer condiciones para que el Oratorio continuara. Don Bosco las juzgaba inaceptables. Quería aquél se limitara el número de muchachos, se acabara con las excursiones y entradas en formación por la ciudad y se eliminaran totalmente los mayores, por ser más peligrosos. A las reposadas y humildes observaciones de don Bosco, replicó: -Pero, qué le importan a usted esos pillastres? íDéjelos en su casa! íNo se tome esa responsabilidad! Don Bosco se retiró sin haber logrado disipar la borrasca que le amenazaba. Pero en su conversación con el Marqués tuvo buen cuidado de no irritarle. Su obstinación procedía de su propia perspicacia, ((**It2.406**)) pues veía en el Oratorio una obra, pequeña en sus comienzos, pero que por el hombre que la dirigía y los medios que empleaba, llegaría a ser pronto colosal y podría ser aprovechada en cualquier momento para fines ilegales. De no haber estado persuadido de ello, no se habría preocupado de don Bosco ni de su Oratorio. Entretanto, la Policía había recibido órdenes desde los primeros días de marzo de vigilar a don Bosco. El domingo, hacia las seis de la mañana, al llegar los primeros jóvenes, ya había guardias y policías paseando por los alrededores y vigilándolos. Aparecían en las márgenes del prado, donde don Bosco confesaba hasta las ocho y media; lo seguían a cierta distancia cuando llevaba a sus muchachos a misa o de excursión. Don Bosco se reía, al verse acompañado como un rey por aquella escolta de honor. A propósito de ésta y otras aventuras, solía repetir más tarde que el tiempo más romántico del Oratorio fue el de las reuniones en el prado. Las contradicciones no le apartaban de su propósito: ésa fue la característica de toda su vida. Después de tomar una resolución y ponderarla largo tiempo, o aconsejarse por sus Superiores u otras personas prudentes, no desistía hasta llevarla a cabo. Con todo, ninguna iniciativa suya procedía de motivos puramente humanos. Durante el sueño tenía visiones luminosas que él mismo narró en los primeros tiempos a don Rúa y a otros. Ya se trataba de una espaciosa casa con una iglesia, en todo semejante a la actual, dedicada a San Francisco de Sales, en cuyo frontón se leía: HAEC EST DOMUS MEA; INDE GLORIA MEA (Esta es mi casa; de aquí saldrá mi gloria), y por cuya puerta entraba y salían muchachos, clérigos y sacerdotes. Ya se añadía a este espectáculo y en el mismo lugar la aparición de la pequeña casa Pinardi, y ((**It2.407**)) en derredor pórticos e iglesia, jovencitos y eclesiásticos en gran número. (**Es2.307**))
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