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((**Es2.304**) -Es don Bosco, le dijeron. -Don Bosco? O es un loco, añadió el Marqués, o un tipo para llevarlo al Senado. Quería decir para encerrarlo en las cárceles del palacio, que entonces se llamaba Senado. Con ideas tan extrañas no llamará la atención que hiciera y dijera lo que sigue. Mandó el Marqués llamar a don Bosco al Ayuntamiento. Después de hablar largo rato sobre las patrañas que corrían acerca del Oratorio y de su director, terminó diciendo: -Me han asegurado que las reuniones de sus muchachos son peligrosas para el buen orden y la tranquilidad ciudadana; por lo tanto, no puedo permitirlas. Acepte, pues, mi consejo, querido don Bosco: deje en paz a esos golfillos, que a usted no le traerán más que disgustos y fastidios a la autoridad. Don Bosco respondió: -Señor Marqués, no me preocupa más que mejorar la condición de estos pobres hijos del pueblo. Yo no pido dinero; solamente pido ((**It2.402**)) poderlos reunir en algún sitio y bajo techo en el mal tiempo, para entretenerlos con honestas diversiones e impedir vayan vagando por la ciudad; al mismo tiempo, puedo instruirlos en la religión y las buenas costumbres. Des este modo espero ayudar a disminuir el número de los vagos y huéspedes de la cárcel. -Se equivoca usted, señor cura, replicó el Marqués; sus esfuerzos serán inútiles. Yo no puedo asignarle ningún lugar, porque por donde quiera que usted va, nos presentan quejas. Además, dónde piensa usted encontrar los medios para pagar alquileres y cubrir los gastos que le ocasionan esos zánganos? Se lo repito: no puedo permitir más esas reuniones. -Los resultados obtenidos hasta el presente me aseguran que no trabajo en balde. Son ya muchos los jovencitos totalmente abandonados que fueron atendidos y liberados de un evidente peligro de irreligión e inmoralidad, aprendieron un arte o un oficio al lado de buenos patronos, con provecho para ellos, su familia y la sociedad. Hasta ahora no me han faltado los medios materiales: están en manos de Dios, el cual suele hacer cosas muy grandes con pocos medios, hasta sacar el todo de la nada, y, a veces, se sirve de míseros instrumentos para llevar a cabo sus maravillosos designios. -Tenga paciencia, don Bosco; hágame caso y prométame acabar con sus reuniones. -Por favor, señor Marqués; déjeme seguir, no por mí, sino por (**Es2.304**))
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