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((**Es2.296**) cada paso, a la puerta de los talleres, muchachos que corrían a él para saludarle. íAy de quien diera una señal de poco respeto a su sacerdote! íAy de aquél que se permitiera hablar mal de él! Si un joven del Oratorio se veía solicitado para algo malo, bastara el pensamiento del disgusto que tendría don Bosco, para alejarlo del mal paso. Hasta parece increíble, pero era así. Un simple deseo suyo se convertía en mandato. Su amor a don Bosco rayaba en locura. (**Es2.296**))
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