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((**Es2.272**) a ninguna iglesia, y entonces no contarían con ellos ni los párrocos ni don Bosco, con grave perjuicio para sus almas. Para evitar este peligro, añadió don Bosco, sería muy útil que cada parroquia tuviera un lugar determinado, donde reunir y entretener a estos jovencitos en agradable recreo. -Esto no es posible; no tenemos locales, ni personal para ello. -Entonces?, preguntó don Bosco. -Entonces, concluyeron los párrocos, por ahora haga usted como crea conveniente. Entre tanto, nosotros nos reuniremos y deliberaremos lo que nos parezca bien. En efecto, se reunieron poco después todos los párrocos de Turín y discutieron el asunto de si había que promover o rechazar los Oratorios. Hubo su pro y su contra, pero al fin prevaleció ((**It2.358**)) la opinión favorable. El párroco de Borgo Dora, don Agustín Gattino y el teólogo Vicente Ponzati, párroco de San Agustín, fueron los encargados de llevar a don Bosco la respuesta concebida en estos términos: <>. Permítasenos, al llegar aquí, una observación. El párroco está ciertamente obligado a impartir la instrucción religiosa necesaria a todos los confiados a su cuidado; pero, cuando ve o sabe que en este u otro lugar está ya debidamente atendida esta instrucción, nos parece que cometería, por lo menos una imprudencia, si se opusiese a ello. No cometieron nunca tal imprudencia los párrocos de Turín, amantes y deseosos como fueron siempre del mayor bien de la juventud. Más aún, algunos de ellos no sólo promovieron los Oratorios ya existentes, recomendando a los padres y madres de familia enviaran a ellos a sus hijos, sino que, con el andar del tiempo, a costa de gastos ingentes y no ligeros sacrificios personales, implantaron otros nuevos. Tal hicieron, entre otros, los párrocos de la Gran Madre de Dios, San Pedro y San Pablo, Santa Julia, San Alfonso, Nuestra Señora de la Salud, Sagrado Corazón de Jesús, San Joaquin y la Paz. Por este medio tuvieron la inmensa satisfacción de ver apacentados los queridos corderillos de sus parroquias y alejados de los lobos rapaces con juegos honestos y campos de recreo. Por su parte monseñor Fransoni, arzobispo de Turín, seguía (**Es2.272**))
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