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((**Es2.270**) don Bosco no era lo suficientemente respetuoso con aquellos a los que debía estar sometido por orden jerárquico, al tomarse la libertad de actuar sin su consentimiento. Su razonamiento, más aparente que real, fue rebatido inmediatameante por el teólogo Borel, demostrando que el Arzobispo estaba perfectamente enterado de cuanto hacía don Bosco, que muchísimos muchachos del Oratorio eran forasteros y no pertenecían a las parroquias, y que, privados como estaban de toda atención, ni siquiera oirían la santa misa los domingos. En cuanto a los de Turín, afirmó que no eran muchos y en su mayoría ((**It2.355**)) muchachos mal educados e ignorantes, que no podrían ser dominados más que por aquella especie de fascinación singular que don Bosco ejercía sobre ellos; abandonados a si mismos, ciertamente no tomarían el camino de la parroquia y, juntos de nuevo con sus antiguos malos compañeros, se perderían. Era evidente que todos aquellos jóvenes eran mejor instruidos y podían ser alejados más facilmente de los peligros en el Oratorio, que no en cualquier otra parte. Por lo demás, se lamentaba de que no fuera suficientemente conocido y apreciado el verdadero espíritu de don Bosco: don Bosco no apartaba a los jóvenes de la parroquia, sino que recibía a los que espontáneamente acudían a él, y con su ejemplo y su palabra les infundía respeto a los párrocos y les preparaba para ser un día fieles y fervorosos feligreses; de todo lo cual prestaba él el más amplio testimonio. Y concluía: -Supongamos que se logre llevarlos a todos a vuestras iglesias. No es cierto que hay millares de muchachos que invaden la ciudad y que irán aumentando cada día? Quién mantendrá el orden y el silencio de esa multitud indisciplinada? Quién se cuidará de cada uno de ellos? No están ya bastante cargados con muchas ocupaciones párrocos y vicarios, sobre todo los domingos? Sostengo, pues, que debíamos desear: no uno, sino diez, veinte Oratorios esparcidos por la ciudad, con la seguridad de que no faltarán jóvenes para ellos ni para las parroquias. La mayoría de la asamblea aprobó estas razones y se pasó a otro tema. Con todo, el párroco del Carmen no quedó convencido. Quería quedase incontestable e integro el principio de la jurisdicción parroquial sobre cada uno de los fieles. No podía permitir más autoridad que la suya ((**It2.356**)) dentro de los confines del territorio que se le había confiado canónicamente. Sus colegas eran del mismo parecer pero, desde luego, no les movía ninguna miserable ambición o envidia, (**Es2.270**))
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