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((**Es2.261**) alegraba contándoles las mil maravillas del futuro Oratorio que, por entonces, sólo existía en su mente y en los designios del Señor. -No temáis, amigos míos, les decía; ya hay un hermoso edificio preparado para vosotros; pronto iremos a habitarlo: tendremos una hermosa iglesia, una casa muy grande y patios anchísimos adonde irá una cantidad incalculable de muchachos para divertirse, rezar y trabajar. íAlgo maravilloso! íLos muchachos le creían! Hubiera sido lógico que la crítica situación en que le veían apagara en ellos todo pensamiento de Oratorio y dispersara a los que lo frecuentaban, pero era al contrario: su número crecía sin cesar. Se iban repitiendo unos a otros la profecía de don Bosco: en el 1856 oía contar el señor José Villa a muchos de aquellos jóvenes, ya hombres del todo, las proféticas promesas y su cumplimiento tal y como él mismo lo veía. Es, además, cosa digna de notar que siempre era Valdocco el punto de partida, de llegada y permanencia, de las peregrinaciones de don Bosco, como si un potente imán lo atrajese allí. Una grata fantasía le ofreció en sueños otros magnífico espectáculo. Lo contó brevemente a unos pocos de su confianza el año 1884. Pero lo más espléndido del mismo fue saliendo de sus labios en repetidas ocasiones, a largos intervalos, durante casi veinte años, cuando contemplaba conmovido y casi en éxtasis la iglesia de María Auxiliadora. El autor de estas Memorias, que estaba a su lado, no dejó perder sus palabras. ((**It2.343**)) Tomó buena nota de ellas, vez por vez, y juntándolas después resultó la escena que describimos. Le pareció encontrarse en la parte norte del Rondó o Plaza Circular de Valdocco, y dirigiendo la mirada hacia el lado del Dora, vio allí abajo, a través de los gigantescos árboles que entonces se alineaban ornamentando la avenida, hoy llamada Regina Margherita, como a unos setenta metros junto a la calle Cottolengo, en un campo sembrado de patatas, maíz, habichuelas y coles, tres hermosísimos jóvenes, radiantes de luz. Estaban de pie en aquel lugar que, en el sueño anterior, se le había señalado como teatro del glorioso martirio de los tres soldados de la Legión Tebea. Le invitaron éstos a bajar y unirse a ellos. Bajó don Bosco hasta ellos, los cuales le acompañaron amablemente al extremo de aquel terreno, donde hoy se levanta majestuosa la iglesia de María Auxiliadora. Después de un corto rato, de maravilla en maravilla, don Bosco se encontró frente a una dama, magníficamente vestida y de indecible belleza, majestad y resplandor, y cercada por un senado de venerables ancianos con aspecto de príncipes. Innumerables personajes, adornados con gracia y (**Es2.261**))
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