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((**Es2.254**) León XIII, en la lección del Breviario, dice: -En un solo día se coronaron con la palma del martirio diecisiete mil cristianos: entre ellos estaba el Papa San Marcelino, que animaba intrépidamente a los demás a soportar los tormentos hasta su último aliento. A la par hace notar don Bosco cómo, desde el principio hasta nuestros días, la mayoría de los tiranos y heresiarcas que atentaron contra la pureza de la fe, los derechos espirituales y temporales de la Iglesia y del Papado, cayeron fulminados por la Justicia Divina, con desventuras y muertes espantosas: y va mostrando cómo se propaga la Fe, cómo surgen y florecen, a la sombra del Papado, los Santos Padres, las Ordenes Religiosas, que va mencionando a su debido tiempo, y todo un ejército innumerable de santos. Va resaltando de siglo en siglo la benéfica acción de los Romanos Pontífices en todas las naciones, la divinidad de la Iglesia Católica, constantemente confirmada con hechos milagrosos, y al final del libro recoge, como en un solo haz, todo lo sucedido con la enumeración cronológica de los Concilios Generales, desde el de Nicea al de Trento, y de todos los Papas hasta Gregorio XVI. Pero un buen católico es además un buen patriota y don Bosco va exponiendo la historia universal de la Iglesia Católica, sin olvidar las glorias cristianas de su patria que, a menudo, va indicando oportunamente. Así recuerda a los santos mártires de la Legión Tebea, Segundo, Solutor, ((**It2.333**)) Adventor y Octavio que derramaron en Turín su sangre por la fe el año 300 después de Cristo. Celebra a San Máximo, obispo de Turín, muerto en el 417, tan devoto de la Santísima Virgen, tan amante de los pobres, y tan esforzado en el combate de los errores de Nestorio y Eutiques, que quiso mantener alejados de su diócesis, y que en el Concilio Romano mereció ocupar el primer puesto después del Papa San Hilario. Menciona a Agilulfo, duque de Turín y después rey de Italia, muerto en el 615: convertido del arrianismo, se esforzaba en divulgar por sus estados la verdadera religión, desterrando a los herejes, extirpando los últimos restos de la idolatría, fundando con san Columbano el célebre monasterio de Bobbio y erigiendo la iglesia de San Juan Bautista en Turín. No olvida a la princesa turinesa Adelaida, que en 1064 hacía abundantes donativos a la iglesia de Santa María de Pinerolo, en sufragio de las almas de sus parientes difuntos. Recuerda la llegada de San Francisco de Asís a Turín, la secta de los flagelantes, el milagro del Santísimo Sacramento, la caridad del beato Amadeo de Saboya; al beato Sebastián Valfré, apóstol de Turín y de todo el Piamonte; al padre Lanteri y a los Oblatos de la Santísima Virgen; al entonces Venerable (**Es2.254**))
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