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((**Es2.199**) ayudaran. Algunos de los mayorcitos, por él adiestrados, estaban al frente de algunas clases. Reunía después a éstos en su habitación, en el tiempo libre del sagrado ministerio, durante la semana, les daba las normas necesarias y los entusiasmaba con regalillos y con la amabilidad y caridad de su trato. En los días festivos acudían muchos muchachos para confesarse, oír misa y comulgar. Después de misa don Bosco les daba una breve explicación del evangelio. Por la tarde había catecismo, entonaban cánticos sagrados, después les daba una instrucción adaptada para ellos, corta y amenizada con ejemplos edificantes. Cantaban, finalmente, las letanías lauretanas y se impartía la bendición con el Santísimo, que solamente se reservaba en los días festivos. Antes y después de las funciones había variados entretenimientos y juegos, bajo la vigilancia del buen Director, del teólogo Borel, que era su brazo derecho, y de los jóvenes más juiciosos y de mejor conducta. El recreo se hacía en la estrecha y larga calleja existente entre el convento de las Magdalenas y el hospital Cottolengo y que conducía a la vía pública, y también en la calle delantera de la casa. Don Bosco iba con frecuencia por los campos vecinos cuidando de que ninguno de los suyos se alejara. Buscaba todos los medios para atraerlos al Oratorio. Preparó juegos: pelotas, bochas, tejos, zancos, y les prometía que pronto tendrían columpios, tiovivos, clases de gimnasia y de canto, conciertos de música instrumental y otras diversiones. A veces les repartía medallas, estampas, fruta; les preparaba desayuno o merienda; otras veces regalaba unos pantalones, un par de zapatos u otras prendas de vestir a los más pobres. Frecuentemente los socorría en casa de sus padres. <((**It2.256**)) don Bosco, lo que más atrae a los jovencitos son las buenas maneras: para obtener buenos resultados en la educación de la juventud hay que procurar hacerse amar para después hacerse respetar>>. Y los muchachos sabían que don Bosco los amaba y los llevaba grabados en su corazón de modo indeleble. En efecto, conocía a todos, llamaba a cada uno por su nombre y apellido y no olvidaba a los que ya no asistían al Oratorio. Así nos lo aseguraba el teólogo Borel y así lo hemos constatado nosotros mismos, cuando los muchachos por él educados se contaban ya por miles. Fue en este tiempo, esto es, a fines del 1844, cuando don Bosco empezó y más tarde perfeccionó las clases nocturnas y festivas, que muy pronto se implantaron en otros lugares del país y hoy están organizadas y extendidas por toda Italia. Era una obra de caridad, que se necesitaba para dar a conocer a la gente que el sacerdote es siempre (**Es2.199**))
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