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((**Es2.189**) tiempo; y para tenerlo, hacía de la noche día, velando largas horas. Jamás hacía vacación: decía que en las vidas de los santos no había encontrado el capítulo de las vacaciones. Por todo recreo, después de comer, se ponía enseguida a escribir y escribir a las Autoridades y a los ricos, pidiendo ayuda para los pobrecitos que la solicitaban; o bien iba a visitar a los enfermos, a llevar limosnas o a entenderse con otros sacerdotes para hacer el bien por medio de santas misiones, ejercicios espirituales, diálogos catequísticos. Respecto a estos últimos, al decir de ((**It2.240**)) su gran amigo don Cafasso, era tal vez el mejor orador de la diócesis por su facilidad para hablar bien en piamontés, por los refranes, ocurrencias y frases ingeniosas que brotaban de sus labios, y por la claridad con que explicaba cualquier dificultad doctrinal, sirviéndose para ello de las comparaciones más apropiadas: sobre todo, cuando se trataba de hablar a la juventud, que constituía sus delicias. Se daba tal maña para hacerse entender de los más rudos e ignorantes, que parecía practicaba lo que decía el venerable padre Prepósito del Oratorio: El mundo es un necio, y por tanto hay que predicarle neciamente. No se puede saber cuántas veces predicó la palabra de Dios, pues a menudo predicaba en cinco o seis instituciones al día en Turín. También son innumerables las confesiones que oía de penitentes de toda clase y condición>>. Don Bosco no cesaba de contar más tarde las escenas edificantes y graciosas que le sucedían en las cárceles y las industrias de que se valía para alternar con los presos, y de las conversiones inesperadas y maravillosas con que Dios premiaba su caridad. Un día, en medio de los presos de una sala, trataba de persuadirles a que cumplieran el precepto pascual, cuando he ahí que le presentan a uno que no quería saber nada de ello. El Teólogo se le acerca y, entre broma y veras, lo agarra por la solapa, lo arrastra un poco a la fuerza a otra habitación y logra confesarle. Otra vez, había ocho o diez de aquellos granujas tendidos y medio dormidos a pleno sol. Como vio el santo sacerdote que quedaba sitio, se tumbó al lado de uno de los más reacios, y tapó con el sombrero su cara y la de él. El tipo aquel se despertó, y al oír las risas de los demás, se levantó aturdido. Pero el teólogo Borel lo detuvo, se lo llevó consigo aparte, lo confesó y lo dejó en paz. Aquel día confesó a otros varios con industrias parecidas y ((**It2.241**)) decía, por la noche, mientras se quitaba la sotana: -Demos gracias a Dios; hoy hemos hecho una buena pesca. Don Bosco y don Borel, en cuanto se conocieron, empezaron a quererse y a ayudarse mutuamente para hacer el bien. <(**Es2.189**))
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