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((**Es2.165**) gran bien. No era él quien hablaba, era la gracia de Dios, y el oyente se retiraba con el deseo de volver a oírle. Todos los sacerdotes se confesaban con él, y él los dejaba contentos y tranquilos, llenos de fervor, de celo, de valor, de fortaleza, resueltos a emprender la deseada enmienda y perseverar en el bien hasta el fin. Don Bosco asistió también a los ejercicios de los seglares, para los cuales quiso el teólogo Guala que le llevaran a predicarlos. Al volver a San Francisco de Asís, don Bosco esperó a que don Cafasso le llamara para saber qué le decía después de los ejercicios. Pero parecía que don Cafasso no se daba por enterado. Raro se presentaba el futuro destino de don Bosco. Era cosa decidida que no continuaría ((**It2.207**)) en la Residencia. Por las palabras de don Guala había comprendido que no eran para él los empleos y dignidades diocesanas. Don Cafasso le prohibía hacerse religioso o dedicarse a las misiones extranjeras. No sabía adónde ir, y sentía la necesidad de contar con ayudas espirituales y materiales. A dónde, pues, dirigirse? Cuál sería la decisión de su director espiritual? A fin de averiguar el pensamiento de don Cafasso acudió a una especie de estratagema. Se presentó a él, diciendo que ya tenía preparado el baúl con su pobre equipo para ir a hacerse religioso y que acudía a él para saludarle y despedirse. El buen sacerdote con la sonrisa en los labios le dijo: -íCuánta prisa! Y quién se cuidará en adelante de sus jóvenes? No le parecía que hacía mucho bien trabajando con ellos? -Sí, es cierto; pero, si el Señor me llama al estado religioso, El proveerá para que otro se cuide de ellos. Don Cafasso entonces, poniéndose muy serio, fijó sus ojos en los de don Bosco y con cierto aire de fraternal solemnidad le dijo: -Querido don Bosco, deje usted toda idea de vocación religiosa; vaya a deshacer el baúl, si de verdad lo ha preparado, y siga su labor en favor de los jóvenes. íEsta es la voluntad de Dios! A las serias y terminantes palabras del director de su alma don Bosco bajó la cabeza sonriendo, pues ya había logrado saber lo que tanto deseaba. Cierto que todavía ignoraba el camino que debía recorrer, el cómo continuaría su obra, dónde se establecería; pero esto no le preocupaba. Dios, que había hablado por boca de don Cafasso, proveería los medios. En el conjunto de estas circunstancias preveía cruces, apuros, necesidades, humillaciones, pero no se asustaba. ((**It2.208**)) Charitas non est ambitiosa (La caridad no es ambiciosa). 1 1 I Corintios XIII, 5. (**Es2.165**))
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