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((**Es2.147**) confesarse, hacían fila de rodillas. Algunas veces tenían lugar escenas curiosas, disputándose el primer lugar para confesarse. -Quítate de ahí, decía uno al que estaba primero en la fila. Esto no es justo. Tiene derecho a ser primero el último de la fila. Tú hace sólo seis años que no te confiesas mientras aquél íhace ya catorce! -Pero, íyo tengo pecados más grandes que la mar! Entiendes? y tengo derecho a ser el primero. -Pues yo, que los tengo más grandes, no soy tan pretencioso como tú. Anda, déjale a aquél el sitio. -íVaya! quieres apostarte a que te gano con mucho en picardía? Con la llegada de don Bosco cesaban tan singulares diálogos y empezaban las confesiones. Don Bosco tenía por norma que, al confesar a la gente ruda y a los niños, es preciso hacerles hablar con oportunas preguntas, pues de lo contrario divagan enseguida. De esta manera había logrado que las confesiones resultaran muy breves. Y así los detenidos estaban contentos y satisfechos e iban de buena gana a confesarse con él. Sin embargo, a veces, después de una semana de preparación y habiendo prometido confesarse la víspera del domingo, por respeto humano o por engaño del demonio, llegaba don Bosco ((**It2.184**)) y nadie se movía. Pero la caridad triunfaba siempre. Empezaba uno y los demás, al verle tan feliz después de la confesión, también se decidían a imitarlo. Este trabajo apostólico produjo considerable fruto de conversiones. Aun los más reacios acababan por amarle sinceramente y manifestaban su afecto yendo a visitarle al salir de la prisión. Cuando él sabía que alguno había terminado la condena, se preocupaba por buscarle un empleo con algún jefe recomendable, especialmente si el libertado era joven y no tenía medios de subsistencia: en adelante se interesaba por su conducta moral y empleaba todos los recursos para que no volviera a la mala vida y así, juntamente con el honor, salvara también su alma. Algunos de esos liberados, llevaron con su ayuda una vida ordenada y llegaron hasta a alcanzar una posición honrada en la sociedad. Había en Turín, aún no hace tanto tiempo, muchos de aquellos presos, convertidos por el celo de don Bosco, en óptimos padres de familia y buenos cristianos. Muchos recordaban al buen sacerdote, acudían al Oratorio y mantenían siempre amigable relación con él. Sucedió también muchas veces que alguno, después de años y años de haber cumplido la condena, acordándose de don Bosco y de (**Es2.147**))
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